4 de noviembre de 2015

You are beautiful

Como si fuera cualquier cosa

Cuentiembre #4

En cuanto subo al auto agradezco enormemente el aire acondicionado, afuera me estaba congelando, en especial por la falda que decidí ponerme hoy, comenzaba a pensar que él nunca me diría que nos fuéramos de ahí.

Mientras maniobra para incorporarse a la calle lo miro de reojo, es guapo, muy guapo. La clase de hombre que una lleva orgullosa a casa, que presume ante sus amigas y que la hacen pensar en casas de tres recamaras, un patio para el perro y un montón de niños correteando por ahí. Me siento halagada, orgullosa de que me escogiera a mi.

Mientras avanzamos por el tráfico lo veo algo nervioso, aunque para ser sincera yo también lo estoy. Entrelazo las manos en mi regazo y comienzo una conversación banal, para relajarnos a ambos. Después de hablar del clima, del tráfico y de lo mucho que detesta a su jefe por tenerlo en el trabajo hasta altas horas de la noche, estábamos completamente relajados y hasta riéndonos.

Tenemos está química, de esa que en segundos disipa cualquier otra cosa, hace mucho tiempo que no experimentaba nada parecido y, por el asombro en su mirada, veo que a él le pasa lo mismo.

Cuando al fin llegamos a nuestro destino me sorprendo con lo lujoso del lugar, yo, que no estoy acostumbrada a nada lujoso, quedo completamente deslumbrada. A mi lado, él me sonríe con calidez y coloca una mano sobre las mías, dándome un ligero apretón.

-Vamos. -Su voz aterciopelada, sensual, me provoca un revoloteo de mariposas en el estómago.

Sale del auto y antes de que comience a abrir la puerta llega primero y la abre por mi, como todo un caballero. Un caballero que no pierde de vista mis piernas cuando bajo con cuidado, en los inestables tacones sobre la grava del estacionamiento. Me ofrece su brazo y lo entrelazo con el mío mientras caminamos hasta las puertas de entrada, espero que el maquillaje oculte bien el sonrojo que siento que me cubre las mejillas.

En cuando ponemos un pie adentro, un hombre con traje de tres piezas, muy elegante, lo saluda.

-Bienvenido señor, ¿tiene reservación?

-Por supuesto. -Le entrega su tarjeta de crédito y en cuestión de segundos el hombre vuelve con esa tarjeta y una más.

-Les deseo una excelente velada. -Dice haciendo una pequeña reverencia.

Él le agradece y se acerca para decirle algo al oído, a lo que el hombre asiente y se retira rápidamente. En cuanto nos quedamos solos él toma mi mano y me guía a través de un hermoso pasillo, decorado en tonos plateados, azules y grises. Nadie nos lanza ni una mirada, pero aún así me siento cohibida, fuera de lugar.

-No pensé que vendríamos a un lugar como este. -Le digo en voz baja.

-¿Porqué? -Parece sorprendido y, aunque es mayor que yo, no puedo evitar mirarlo como a un niño.

-Bueno, digamos que no estoy acostumbrada.

-Pues ya te acostumbrarás, no te preocupes.

No hablamos más hasta que nos detenemos frente a una puerta blanca, sencilla, pero con un 235 elegante, de metal perfectamente pulido, como si todos los días le sacaran brillo al menos tres veces, lo que probablemente así es.

-¿Seguimos? -Me pregunta mirándome a los ojos, solo entonces me doy cuenta de su tono inseguro.

-Por favor.

Sin nada más, pasa la tarjeta por el lector en la puerta y entramos a una enorme habitación. Todos los detalles que tiene son hermosos, pero en lo único en lo que me puedo concentrar es en la cama, justo en medio de todo. Gigante, a simple vista cómoda y cubierta con sábanas de satén perlado.

-¿Quieres algo de beber? -Niego con la cabeza y él parece aliviado-. La verdad es que yo tampoco.

Se mueve hasta la cama y deja su saco sobre una silla a un lado, yo, por mi parte, dejo caer el abrigo simplemente al suelo. Sin dejar de mirarme se desabrocha la corbata y la lanza hacia atrás, por su espalda, luego se quita los zapatos, los calcetines y se detiene cuando se desabrocha el cinturón.

Entiendo su mirada, sé lo que quiere que haga, pero ahora me siento, por primera vez en mi vida, expuesta, con la necesidad de explicarme, de aclarar algo que no debería aclararle a nadie.

-Sabes... -lo miro a los ojos, con el miedo de que de un momento a otro todo termine sin siquiera comenzar-, sabes lo que hay debajo de... esto, ¿verdad?

-Si no lo supiera, no estarías aquí. -Continúa desabrochándose el cinturón y el pantalón, los deja caer como si nada y sube las manos hasta los botones de su camisa.

-Puedo devolverte el dinero si quieres, no tienes porque...

-Quiero verte -me interrumpe-. Desnúdate.

Más claro imposible, inhalo profundamente y lo obedezco mientras miro como se quita su argolla de matrimonio, la deja como si fuera cualquier cosa sobre la ropa que ya se ha quitado y no se pierde ningún movimiento que hago.

-Eres hermoso. -Me dice con una mirada ardiente, llena de deseo.

-Hermosa -corrijo, desnuda no solo físicamente ante él-, prefiero hermosa.


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