20 de julio de 2015

Trust

Capítulo 3


Camila dejó caer su pequeño morral con algunas cosas que tomó de su habitación y, con la destreza de la práctica, sacó su navaja Smith & Wesson y se acercó silenciosamente a la espalda del chico, con un ágil movimiento el filo de la navaja apenas hizo ruido al cortar.
Volvió a guardarse la navaja y pasó de largo hasta el corredor de la derecha, esperando encontrarse con la «cocina» que su padre le había mencionado.

—Vaya… este lugar es increíble… —La voz apreciativa y emocionada del chico, cuando se quitó la venda que ella le había puesto en los ojos, la molestó, aun cuando ella había dicho exactamente lo mismo momentos antes. Soltó un bufido y se recordó, de nuevo, que el homicidio, desgraciadamente seguía siendo un delito.

La «cocina», descubrió, en realidad tenía más esencia de comedor. Le recordaba un poco a sus comidas en el internado, con sus mesas y sillas de rustica madera. Caminó entre tres mesas largas hasta una barra con cinco taburetes alineados, detrás de la barra estaba un congelador industrial y a su lado un refrigerador más grande que el que tenían arriba; había también una estufa eléctrica, un microondas y varias plantas de lo que parecían ser orégano, cilantro, menta, perejil y yerbabuena sobre las encimeras.

En el espacio entre el refrigerador y la estufa había una puerta, la atravesó y, como ocurría al parecer en todas las habitaciones, las luces se encendieron solas e iluminaron estantes y más estantes llenos de cajas y latas. No alcanzo a distinguir a simple vista hasta dónde se extendía esa especie de almacén, pero definitivamente era lo más grande que había visto ahí abajo.

Se acercó a uno de los estantes y descubrió que una de las cajas estaba llena de barritas energéticas de varios sabores, solo en esa caja había unos cincuenta paquetitos y el estante tenía cinco niveles con cinco cajas cada uno. De ese único estante podría vivir mucho tiempo, pensó. Tomó la caja y volvió a la cocina, dónde se sentía más cómoda con la ilusión de un espacio más abierto.

Ciertamente no le apetecía nada ponerse a explorar por ahí y como suponía que tendría tiempo de sobra después, sacó un paquete de barritas de trigo y nueces y se dirigió a la oficina de su padre.
Al pasar por la biblioteca frunció el ceño cuando vio al geniecillo pasando las manos por los libros, justo lo que ella se estaba muriendo de ganas por hacer desde que había bajado ahí.

¡No es justo! Pensó, imaginándose a sí misma avanzando hasta él, con la misma navaja con la que había liberado sus manos antes pero esta vez llevándola hasta su garganta, haciendo presión y mirándolo a los ojos, que en ese momento estarían aterrados pidiendo clemencia…

Si, esa sola imagen hizo a Camila sonreír y pasar de largo hasta el otro pasillo, hasta la ayudó a sentirse preparada para más noticias espantosas e impactantes.

Esta vez, cuando entró a la oficina, solo echo un breve vistazo a los monitores… todo seguía tranquilo, ya no había nadie lanzando cosas contra las ventanas.

Se acomodó en la silla, abrió el paquete que traía en las manos y le dio una mordida a la barrita. Se reprendió por no haberse llevado nada para beber y, al fin, levantó la tapa de la laptop sobre el escritorio.

Se mordió el labio cuando se encontró con el usuario de su padre bloqueado, con el cursor parpadeando en el renglón de la contraseña. Probó las ideas más obvias que se le ocurrieron, aunque no esperaba que funcionaran realmente.

Movió el puntero hasta el botón para cambiar de usuario y no se sorprendió cuando su nombre apareció entre los nombres de su padre y su madre. Antes de comenzar, tuvo un pequeño momento de debilidad.

En esa computadora había información, de eso estaba segura, era solo que una parte de ella se había acobardado, una parte de ella aún quería irse a encerrar en su habitación y esconderse debajo de las mantas hasta que pasara todo.

A veces, Camila le permitía ganar a esa parte, se permitía ser cobarde, caprichosa, egoísta, se permitía correr al sentirse atacada, se permitía esconderse al tener miedo. Pero nunca lo había hecho con las cosas importantes, y no comenzaría a hacerlo ahora.

Cuando inició sesión se le hizo un nudo en la garganta al ver la fotografía del fondo de pantalla. Era de unas vacaciones que hicieron a una playa en San Francisco hace un par de años, ella había tomado muchas de las fotos ese día, pero para esa, un turista, un chico pelirrojo, se había ofrecido a ser su fotógrafo. Su madre no dejó de molestarla en todo el viaje de regreso, mientras que su padre solo gruñía y maldecía a los chicos del mundo, con especial énfasis en los pelirrojos.

En la imagen su padre cargaba a su madre sobre los hombros mientras que le pasaba los brazos por encima de las clavículas a ella, su madre se partía de la risa y aunque el hombre sonreía se alcanzaba a distinguir la amenaza asesina en sus ojos.

Duró un momento ahí, solo contemplándolos… deseando estar con ellos, deseando volver a verlos, volver a sentirse tan segura y feliz como en ese día.

Luego, sus ojos captaron el único archivo que estaba en el escritorio: un video.

—Hora de la verdad…— murmuró antes de mover el mouse y dar doble click para reproducirlo.
El rostro de un hombre de unos cuarenta años llenó la pantalla, por varios segundos solo se quedó mirando hacia la cámara, como si intentara encontrar las palabras adecuadas.

—Hola Lila —decidió finalmente—, debes tener un montón de preguntas, confió en que ya te habré explicado al menos lo básico… y, bueno… espero que todo haya salido como lo planeé —se detuvo un momento y se pasó las manos por el rostro— ¡Dios!, de verdad espero que todo salga bien…

Mientras su padre recobraba la compostura, Camila pasó sus dedos por la pantalla, por el área dónde las arrugas de su frente se le marcaban casi dolorosamente, él había envejecido en cuestión de horas y ella pasaba los dedos por la pantalla, como si con eso pudiera cambiar lo que veía.

—Creo que debemos empezar por las instalaciones, ya te habrás dado cuenta de que… ehm… pasarás algún tiempo por ahí…—carraspeó incomodo—. Lo siento, por si no lo he dejado lo suficientemente claro, lamento mucho todo esto. —Suspiró, y Camila supuso que ahí comenzaron todos los suspiros del día, junto con su sentimiento de culpa—. No tienes idea de cómo me gustaría encontrar una manera de hacerte esto más fácil… pero, en fin, lo hecho a estas alturas, hecho está. —Su padre se inclinó, tomó la computadora y, al moverse, Camila pudo ver que estaba en la habitación de dónde había salido ella hace unos instantes. Le dio otra mordida a su barrita y continuo observando—. Esta… es la cocina, por aquí tenemos algunas plantas para condimentar los alimentos, solo necesitan agua y que las dejes bajo esta luz ultravioleta cuando te vayas a dormir. Por acá —dijo caminando hacia una puerta que ella no había visto antes—, está un pequeño invernadero, hay brócoli, zanahorias, lechuga, calabazas, papas, champiñones, tomates y al fondo algunas plantas de maíz. Por aquí —dijo señalando una especie de alacena con la mano libre— están varios libros de jardinería, semillas, abono, palas y todo lo que puedas necesitar, aunque estas plantas no requieren muchos cuidados.

Camila puso en pausa el video un momento y pensó en todas las cosas que ahora tenían sentido. Por eso las zanahorias que yo compraba nunca me supieron igual que las que compraba mamá, pensó. De haberlo sabido nunca hubiera gastado su sagrado dinero en vegetales, teniendo en su casa un invernadero… ¡en su maldito bunker! Quiso reír, pero por el momento aún no le parecía gracioso, tal vez en un día o dos.

Se metió el último bocado de la barrita en la boca y presionó «Reproducir» de nuevo.

—Por acá —vio como su padre salía del invernadero y pasaba fugazmente por la cocina, para llegar al inmenso almacén que ella ya había visitado—, está toda la comida de larga duración, están acomodados según su fecha de caducidad, así que comienza a comer lo que esté más cerca de la entrada. Pero —se detuvo acomodando la cámara a la altura de su rostro, enfocando su mirada ceñuda—, te conozco jovencita, no quiero que vivas de barritas energéticas o galletas oreo. —A Camila se le iluminó la mirada, ¡había galletas oreo!—. En el congelador de afuera hay carne, pollo y filete de pescado, prepara comidas sanas, tienes que estar fuerte. Tu madre y yo hemos estado trabajando aquí abajo para que en un caso como este, no nos preocupemos por comida o agua. —Él comenzó a moverse de nuevo, y por varios segundos Camila solo observo líneas oscuras, borrones metálicos y breves imágenes de cajas—. Aquí —dijo señalando una forma cilíndrica de unos diez metros de ancho por dos de alto—, está el pozo. Mientras se hacían las excavaciones para la construcción, lo descubrieron accidentalmente… es más bien una cuestión de una muy, muy, afortunada suerte. Gracias a eso contamos con comida y agua para cinco personas por aproximadamente diez años.

¿Agua para cinco personas por diez años? Camila sintió un mareo al pensar en eso. De ninguna manera, de ninguna, aceptaría quedarse ahí por diez años. Ni siquiera toleraba pensar en un mes.

Mientras ella pensaba en todo eso, el video avanzó y apenas alcanzó a ver a su padre saliendo de ese… almacén. Gracias a la posición de la cámara vio como las luces se apagaban automáticamente. Antes siquiera de que la pregunta se formulara en su mente, él ya la estaba respondiendo.

—Todo lo que hay aquí abajo funciona con electricidad, y eso es posible gracias a muchísimos paneles solares y a seis generadores industriales de última tecnología. El sistema funciona tan bien que haría sentir orgulloso a un doctor en electricidad. —El orgullo que detectaba en su voz la hizo sonreír, en el fondo y detrás de la fachada de hombre duro, su padre era un apasionado nerd y fanático de la tecnología—. En fin, por acá están las habitaciones, si alguna está cerrada puedes abrirla con la llave de entrada de la casa, todas tienen la misma cerradura.

Su padre continúo mostrándole las demás habitaciones, los baños, y las que ella ya había observado. Al llegar al cuarto de las armas le volvió a hacer la misma advertencia de antes y, aunque ella ya conocía la mayoría, le describió las armas y dónde estaban las municiones para cada tipo. No le repitió lo de la salida, solo le aclaró que no podría usarla cuando quisiera, sino que, mientras el auto estuviera ahí, un sistema magnético impedía su funcionamiento a menos que existiera una verdadera emergencia, la cual encendería las alarmas del lugar.

Cuando entró en su oficina el video casi había llegado a su fin.

—En estos monitores podrás mantener vigilado el lugar, una vez que la casa quede asegurada, cualquier intento que se haga por entrar activará las alarmas. —Ella frunció el ceño, pensando en la silla y la ventana de hace un rato, aunque técnicamente no fue un intento para entrar—. Y con intento me refiero al uso de armas, detonadores para ser más específico. Se lo que debes estar pensando, ¿Quién usaría explosivos para intentar entrar en la casa? ¿Por qué?... —suspiró—, hay gente que me busca Camila, por lo tanto también te buscarán a ti. No confíes en nadie, ni siquiera en la policía, militares… ni aunque parezcan amigos míos o de tu madre. Yo mismo iré por ti, e iré solo cuando tenga la cura. —Su padre, que se había sentado en el mismo lugar dónde estaba ella ahora, se inclinó más hacia la computadora, como si estuviera a punto de decir algo malo—. Camila, la situación va a ser terrible, habrá muertos, muchos. Sé que cuando hablemos no te diré esto porque querré que estés tranquila, pero este virus, es lo peor que la humanidad ha conocido. Es muy probable que se salga de control, porque el gobierno está siendo estúpido, desde el inicio fue estúpido. No te diré nada más del virus porque tú misma lo verás, tal vez en un día o dos, solo te pido que entrenes. Usa el gimnasio, recupera condición, ponte fuerte, come bien. Me mantendré en contacto cada semana, así que espera mi llamada para el siguiente martes. Te amo Camila. Eres mi razón, mi motivo y mi fuerza.

El video acabó, pero Camila duró mucho tiempo más, solo mirando su reflejo en la pantalla oscura.

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—Equipo Blanco llegando a punto C3, equipo Azul: informe posición. Cambio.

El silencio fue la única respuesta que recibió Deacon Holland a través de su radio. Maldijo para sus adentros y les hizo una señal a los otros cinco integrantes de su equipo para que rodearan e investigaran la cabaña frente a ellos.

Mientras lo hacían él repitió el mensaje dos veces más, obteniendo la misma respuesta. El hecho de que estaba comenzando a oscurecer le daba una sensación de urgencia, un instinto de conservación tan antiguo como la humanidad.

—Equipo Azul, informe posición. Cambio. —Mientras esperaba algún sonido del radio vio a Olivia Burke saliendo de la cabaña y acercándose lentamente hasta él.

Lo primero que pasó por la cabeza de Deacon fue que se veía hermosa, aún con el uniforme y con el rostro oculto tras la pintura de camuflaje. Lo segundo, fue que si no desviaba la mirada se metería en problemas. Lo tercero, que, bueno… a lo mejor era demasiado tarde para evitarlos.

—La cabaña está limpia, los chicos ya se están acomodando. —Su voz, pensó, hasta para decir algo tan estrictamente profesional, lo envolvía en calidez y terciopelo.

—De acuerdo, gracias.

Aún no desviaba la mirada, aún no comenzaba a buscar un buen pretexto para hacerlo. Estaba a punto de dar un paso hacia ella, cuando la radio en su mano crepitó.

—Aquí eq…po azul, ya …mos ins…os en pun… C4, ¿me …pian? Ca…io.

—Parece que hay interferencias —señaló Olivia.

—Si —dijo Deacon, frunció el ceño y le dio unos golpecitos con la mano, luego verificó que continuaba en el canal adecuado—. O tal vez es la batería.

Nunca había trabajado con una radio con fallas técnicas, así que no sabía muy bien que hacer, especialmente cuando no había ninguna razón para que fallara.

—Me alejaré un poco, tal vez con eso mejore la señal.

Se armó de valor y se dio media vuelta. Sabía que tarde o temprano cometería un error por estar concentrado más en ella que en sus tareas de líder, pero mientras pudiera evitarlo, lo haría.

—Voy contigo, te cubriré la espalda.

No pienses en cosas sucias, se ordenó mentalmente, aunque claro, fue inevitable hacerlo.

—Bien —dijo apretando los dientes. Se concentró en el problema de la radio, mientras no la tuviera de frente le era más fácil hacerlo.

Caminaron en silencio, apenas se escuchaban los murmullos de sus pisadas. Se adentraron en el bosque, y tras diez minutos de avanzar después del tercer intentó de comunicarse, se detuvo para repetir el mensaje.

—Equipo Azul, informe recepción de mensaje. Cambio.

Pasaron uno, dos, tres, cuatro…

—Aquí equipo Azul, mensaje recibido. Estamos instalados en el punto C4, sin novedades. Mantenemos la vigilancia, cambio.

Deacon, un poco más relajado, pudo planear los siguientes pasos con facilidad.

—Equipo Azul, bien hecho. Seguiremos como hasta ahora, por la mañana partiremos al siguiente punto a las cero setecientas, mantengan vigilado el lugar. Reporten cualquier incidencia. Por la falla en la radio podemos llegar a perder comunicación, en ese caso continúen hasta el punto C1, los estaremos esperando ahí. Confirmen, cambio.

—Confirmado equipo Blanco. Hasta pronto y suerte, cambio y fuera.

El silencio se hizo de nuevo y cerró los ojos un momento para disfrutar de ese pequeño momento de calma. El bosque por la noche tenía para él una esencia de magia que ningún otro lugar podía igualar, tal vez era por el aire fresco o por el sonido de los grillos y búhos, de las ramas meciéndose con el viento… tal vez era por el saber de qué si habría los ojos se encontraría con un cielo cubierto de estrellas. Era muy tentador quedarse ahí para siempre, viviendo solo con lo necesario.

—Deacon… —era casi un calvario que precisamente su voz rompiera el hechizo—. Necesitamos hablar.

—No. —Finalmente abrió los ojos y la encontró a ella, en lugar de las estrellas. No se sintió decepcionado para nada.

—Si. —Replicó ella—. No podemos seguir comportándonos como si nada hubiera pasado…

—Eso es precisamente lo que debemos seguir haciendo. —Dijo encogiéndose de hombros, si tenía que comportarse como un patán con ella, lo haría—. Porque en realidad nada pasó. Fue solo un beso y entre nosotros no significa nada. Tú te irás a Florida en una semana y yo me quedaré aquí para dirigir a mi equipo. Nada ha cambiado y nada cambiará.

—Eso no es verdad y lo sabes. Si nada ha cambiado dime porque lo hiciste, ¿por qué me besaste? ¿Por qué a partir de ese momento comenzaste a evitarme a tal punto de que ya ni siquiera desayunas con nosotros?

La única pregunta con la que su subconsciente estaba en sintonía era la primera. ¿Por qué rayos la había besado? Gracias a eso había arruinado la mejor relación de amistad que había tenido nunca.

—No le des tantas vueltas al asunto, sencillamente te confundí con otra persona, fue un error causado por el aislamiento, tenemos casi medio año en este lugar, lo siento y no volverá a pasar—desvió la mirada al momento de decir eso, no podría soportar llegar a ver una mirada de dolor… o peor aún, no ver nada—. Y no estoy evitando a nadie, solo estoy siendo responsable en una misión que está a punto de llegar a su fin. Fallar en este punto es crítico y lo sabes, así que si no tienes ninguna otra duda, debemos volver a la cabaña.

Dio media vuelta y estaba a punto de comenzar el camino de regreso, cuando sintió su agarre en el brazo. Era fuerte, y a través de él sintió toda la furia contenida.

—Eres un jodido mentiroso Deacon Holland, pero cuando me mienten, prefiero que lo hagan mirándome a los ojos, así no solo me quitan el derecho a recibir la verdad, así puedo quitarte yo a ti la confianza de que estás haciendo un buen trabajo.

—¿Quieres que te lo repita mirándote a los ojos? —le preguntó en voz baja, la única señal de que también estaba furioso.

—Si.

Cuando se giró, se aseguró que su mirada y la de ella quedaran vinculadas, para que no existiera ningún pretexto después.

—Ese beso no significó nada —repitió lentamente, dejando muy claras las palabras.

Ella solo lo miró, como si él no hubiera dicho nada aún, pero cuando vio un temblor en su mandíbula él supo que si había escuchado… y que si había entendido. Bien. Mensaje entregado. Ese era el momento para irse, sabía que si se soltaba de su agarre y se iba caminando acabaría todo. No más distracciones, no más sueños absurdos.

La miró, solo un momento más, como una despedida, la última vez, y se giró. Dio un pequeño tirón con su brazo y sintió los dedos de ella aflojándose y dejándolo ir. Uno a uno.

El primer paso fue el más difícil porque era como tener que lanzar una patada con todas sus fuerzas solo para descubrir que el golpe se lo daba a sí mismo. Luego el segundo paso fue más fácil, y el tercero y el cuarto.

Sin embargo no pudo ir más allá. Se detuvo, levanto la vista y ahí estaban: millones y millones de estrellas en el cielo. Hermosas, pero sin que su cerebro diera la orden exactamente, les dio la espalda por ella… solo para grabarla bien en su memoria, se dijo.

Con cuidado de no parecer desesperado, ladeó el cuello para verla. Ella estaba tranquila, con la vista fija en el suelo, apretaba los puños y nada más. No lloraba, ni sollozando ni en silencio, no temblaba como una débil hoja al viento. Ella era fuerte como un roble, aunque él siguiera su camino, tenía la seguridad de que ella no se desmoronaría, continuaría perfectamente sin él. Se iría a Florida, acumularía éxito tras éxito, hasta que conociera a alguien que moviera de lugar el suelo, que le sacaría sonrisas, que le haría renunciar a sus sueños porqué él sería su nuevo sueño… y fue ahí cuando se detuvo, fue ahí cuando sintió de verdad la desolación.

A la mierda todo, pensó. Se giró completamente y camino esos cuatro pasos hacia ella, con brusquedad, deseando patearse de verdad y no solo metafóricamente. 

Y la besó, con más fuerza e intensidad que la primera vez.

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—¿Cam?

La voz sonó tan bajo que por un momento creyó que se la había imaginado, hasta que casi un minuto después volvió a insistir.

—¿Cam, estas bien?

Camila levantó la cabeza de entre sus brazos en el escritorio y lo miró furiosa.

—¡No me llames Cam, no me llames Camila! —Tomó una pausa para recriminarse mentalmente por haber dejado la puerta abierta, y continúo—. Es más, no me dirijas la palabra a menos de que sea una cuestión de vida o muerte. De mi vida o de mi muerte para ser más específica.

—Pero…

—Pero nada. Tú y yo no somos amigos, ni lo seremos. Que estemos juntos ahora es solo una desafortunada jugada de mi mal karma. Debí haber asesinado a un cura en mi vida pasada. —Refunfuñó, para después negar con la cabeza—, no, debí quemar la iglesia entera con todos los monaguillos y los del coro adentro.

—No entiendo, ¿por qué me odias tanto si ni siquiera me conoces?

¡Qué no lo conocía!

Maldito idiota.

—Con lo poco que sé me basta, y no me interesa saber nada más.

—Por favor, ¿podemos comportarnos como adultos?… al menos dime qué es lo que está pasando, ¿no crees que me deberías dar una explicación del porqué estamos aquí encerrados?

—Perdón, creo que entendí mal, me pareció escuchar que YO te debo una explicación a TI, a un idiota que en el mejor de los casos estaba cometiendo allanamiento de morada, algo que es un delito por cierto.

—Ya te dije que esa no era…

—Sí, sí, sí. Ya escuché esa incoherente historia antes, por alguna razón sigo sin creérmela, como que le faltó más acción, disparos, persecuciones, tal vez una supermodelo que necesitara ser rescatada del tipo malo o a Bruce Willis explotando un maldito helicóptero.

—Eres tan… ¡argh! —Camila tuvo que esforzarse para contener una sonrisa cuando vio los gestos de exasperación del geniecillo. Era agradable ver que alguien más perdiera la cabeza, para variar—. Lo que te dije no es una maldita historia, es exactamente cómo pasó… te fuiste, llegaron los militares preguntando por ti, tome mi motocicleta y… te seguí, luego vi cómo te subías a la Hummer y arrancabas como si el diablo te persiguiera… solo para ir al garaje, y te seguí de nuevo, duré un tiempo razonable esperando a que salieras y cuando vi que no lo hiciste llame a la puerta trasera de tu casa, nadie salió, probé a ver si tenía llave y el pomo cedió sin problema. —Se detuvo para mirar a Camila a los ojos, y en ese momento ella se quedó sin replicas ingeniosas—. Solo quería comprobar… quería saber si estabas bien, advertirte lo de los militares… y listo, volvería a mis asuntos y no me metería de nuevo en los tuyos; pero luego sonó esa alarma extraña y comenzaron a bajar aquellas cortinas de metal, todo fue tan rápido que realmente no pensé en mi decisión, cuando me di cuenta estaba atrapado en tu casa.

—Todo eso es… —Absurdo. Pensó. Cerró los ojos y se pasó una mano por la frente. Sin embargo parecía tan sincero—. Yo… soy… —Abrió los ojos y lo miró decidida, ese sería el momento, si iba a confiar en él para lo que viniera después, ese sería el momento—. Soy excelente detectando mentiras, lo hice antes y lo hago ahora. Sé que eres sincero en casi todo lo que dijiste, pero hay una mentira… ¿Cuál es?

Camila estudió su expresión con cuidado, detectó la sorpresa entre sus cejas, la vergüenza y la culpa en sus ojos y la indecisión en su boca.

—No… —Nicolás negó con la cabeza y desvió por unos segundos la mirada de la de ella—. No mentí, todo lo que dije fue lo que pasó.

—Bien. —Dijo Camila, empujándolo con una mano y cerrando la puerta tras ella, se giró para asegurarla con llave y pasó por un lado de él. 

Estaba cansada de pensar en cosas que no tenían importancia en ese momento y, desde que había encontrado a Nicolás en su cocina, no dejaba de hacer eso.

—¿Ahora me crees? —Preguntó él a su espalda.

—No.

Zanjando el tema se metió en el gimnasio y fue directo hasta la enorme televisión, tomó el control y sin encontrar un mejor lugar, se sentó en la bicicleta estática. Al encenderla no se sorprendió de que estuviera en el canal local de noticias, colocó ambos pies en los pedales y distraídamente comenzó a moverlos, más como signo de nerviosismo que haciendo ejercicio.

En un inicio escuchó atentamente, esperando que los horribles hechos que se imaginaba explotaran en la pantalla, pero tras veinte minutos solo había escuchado sobre la apertura de un nuevo restaurant de comida italiana, un accidente con un camión y un motociclista, una entrevista a una chica prodigio del piano y la muerte –natural– de uno de los fundadores de la biblioteca local.

Nada de muertes extrañas, nada de alertas de virus ni avistamientos de hombres con «traje de astronauta». En parte estaba aliviada, pero más que nada estaba tensa, esperando que en cualquier momento el pánico se extendiera y la gente corriera alarmada.

Se puso a pedalear mientras comenzaba la sección de deportes y se concentraba en sus pensamientos. ¿Qué clase de virus sería? Su padre le había dicho que se trataba de lo peor que se pudiera imaginar, y lo peor que se imaginaba en ese momento era… el virus del ébola, o la viruela, o un virus de influenza mutado. En el terreno de la microbiología había muchas cosas terribles para imaginarse.

Pensó cómo se podría controlar cada situación, cómo podría su padre estar buscando la cura. De inmediato descartó el ébola, para empezar el virus tenía décadas existiendo y para manejarlo se tendría que tener un laboratorio con niveles de seguridad que nadie podría haber pasado por alto. La viruela también la podía descartar con esos argumentos, además, las pocas sepas que aún existían se encontraban aseguradas de tal manera que ni su padre podría tener acceso a ellas.

Lo que le dejaba la idea de un virus de influenza o gripe. Algo que si llegaba a ser cierto, se convertiría en una pesadilla que no se llegaba a imaginar y qué, además, ameritaba todas las precauciones que su padre había tomado. Le subieron escalofríos por los brazos. Con eso muchas cosas tenían sentido, su padre sacándola de la escuela con tanta prisa, manteniéndola encerrara ahí abajo y su certeza de que encontraría la cura. Seguramente él tenía la sepa inicial del virus.

Todo encajaba, pero quedaba un cabo suelto: ¿Por qué su padre estaría experimentando con un virus de influenza? ¿Qué estaría esperando obtener?

—¡Vaya! los Halcones Dorados ganaron, increíble.

Camila se sobresaltó tanto con la voz repentina, que perdió pie en la bicicleta y se golpeó la pantorrilla con el pedal.

—¡¿Qué diablos haces?! —Le lanzó una mirada furibunda y se inclinó para frotarse la pierna con la mano.

—Lo siento, no pretendía asustarte, ¿estás bien?

—Creo haberte dicho muy claramente que evitaras hablarme.

—Humm… sí, creo recordarlo. Pero también recuerdo que nunca dije que te haría caso, además, aún espero obtener algo de información sobre el porqué no me puedo largar de aquí para dejarte en paz.

—Créeme, si hay algo que desee más que salir de aquí, es que tu salgas de aquí.

—Bien, odio recibido y aceptado. —Levantó las manos en un gesto de rendición y Camila puso los ojos en blanco—. Ahora, asumiré que eso de que tu deseas «salir de aquí» quiere decir que tampoco puedes salir, que no tienes la llave, código, detonador o lo que sea que se necesite para derribar esas… barreras metálicas que nos rodean.

—¡Vaya! el geniecillo ha pensado, increíble. —Fue el turno de Nicolás de rodar los ojos por la imitación y Camila tuvo que admitir que se estaba divirtiendo. Aunque nunca lo diría en voz alta.

—¿Puedes dejar de llamarme así? Me llamo Nicolás, Nick si lo prefieres.

—Lo siento geniecillo, tu nombre no tiene la capacidad de quedarse en mi memoria, así que serás geniecillo hasta que se solucione ese problema.

—Ah, entonces yo también puedo inventarme un apodo para ti, tengo varios en mente, puedes ser gruñona, mandona, o fierecilla… si, fierecilla te queda muy bien.

—No funciona así. No en mi casa.

Nicolás gruñó pasando de la exasperación divertida, a la frustración no tan divertida.

—¿Porqué…? —Se pasó la mano por el cabello, como incapaz de decidir qué preguntar en concreto—. Dime al menos si estaremos mucho tiempo aquí, atrapados.

Camila se estremeció con la palabra «atrapados» repitiéndose en su mente.

—Probablemente —respondió. Aparentaba calma en lugar de la ansiedad que le tensaba el estómago.

—Entonces… ¿no deberíamos intentar llevarnos bien?, ¿ser amigos?

Camila pasó la pierna derecha por encima de la bicicleta hasta dónde tenía la otra, se puso de pie y se giró para mirarlo. Bajó la vista, cerró los puños, suspiró.

—Es porque así soy yo, soy odiosa, ¿de acuerdo?, es mi manera de ser… odio a la gente, en general. No trates de ser mi amigo, porque no lo vas a lograr. —En especial tú, pensó para sus adentros—. Aunque me da igual, síguelo intentando mientras te sientas bien con ello. De cualquier forma acabaras alejándote.

—No lo haré, no tienes idea de lo insistente que puedo ser.

—Si esto es una prueba de ello, la tengo.

—Esto no es nada.

Camila suspiró, rindiéndose un poco.

—Mira, a la mayoría de las personas no les gusta la sinceridad, dicen que sí, pero cuando llega alguien y les dice la verdad se ofenden, y, bueno, yo tengo de esta sinceridad que es grosera, no me va ser hipócrita, no finjo que algo me gusta, no miento para que alguien se sienta bien, cuando miento únicamente lo hago a mi favor. Soy egoísta, orgullosa, arrogante, solitaria e irritable. Podría ser ermitaña fácilmente, de hecho este lugar sería mi paraíso si pudiera salir cuando me diera la gana.

—Sería el paraíso de muchos, créeme. En cuanto a lo demás, eres sincera, te conoces muy bien y admites cosas que no todos admitirían, con eso ya me caes bien.

Camila le lanzó una mirada de fastidio e hizo un ademán despreciativo con la mano.

—Si es verdad que te «caigo bien» por mi sinceridad, ¿Por qué tú no has sido sincero conmigo?

—¿Qué quieres…

—Por favor, evítanos la pérdida de tiempo, ambos sabemos que mentiste en algo antes, las dos veces que me contaste tú historia.

Se prometió que esa sería la última vez que insistiría en el tema, de cualquier forma nunca confiaría en Nicolás, y se le quedo mirando con una ceja alzada, como retándolo a que volviera a mentirle descaradamente. Y eso era lo que esperaba, por eso se sorprendió cuando él bajó la mirada avergonzado y se pasó una mano por el cabello dejándola en la nuca.

—La verdad es que tienes razón, pero es una tontería, no es nada de lo que te puedas estar imaginando… —cuando levantó la mirada hacia ella parecía contrariado, luchando consigo mismo para decidir si le decía la verdad o no. Camila estaba comenzando a analizar de qué podría tratarse para que estuviera así, cuándo él abrió los ojos como platos mirando algo atrás de ella, de inmediato se le erizó el vello de los brazos—. ¿Qué dem… esa es una de las camionetas.

—¿Qué? —Camila se giró con el ceño fruncido y se encontró con la escena, al parecer en vivo, de una de las reporteras locales afuera del hospital general. Antes de saber lo que decía, se le heló la sangre en las venas.

—En el estacionamiento, la Suburban negra. Fue una en las que te fueron a buscar a la escuela, la recuerdo bien porque tiene la mica derecha rota y se ve extraño en una camioneta del año, con toda la seriedad y la pulcritud con la que esos hombres se manejaban parecía fuera de…

—Shh —levantó una mano para silenciarlo y se acercó más a la televisión para no perderse ningún detalle.

—… nuestro reportero ya se encuentra fuera de peligro, pero tendrá que tomarse unas pequeñas vacaciones para cuidarse ese brazo. —La reportera estaba extrañamente entusiasmada, como si fuera a decir la noticia del año—. En otras noticias, mientras estábamos en la sala de espera hace un par de horas, pudimos observar el movimiento de un equipo de las fuerzas armadas que llegó de imprevisto, cerraron todo el piso 6, dónde, según una de nuestras fuentes, se encuentra la esposa de un importante general inglés, desgraciadamente muy grave a causa de un cáncer en la piel que se ha extendido a los riñones. Presentamos nuestras condolencias a los familiares y estamos orgullosos de que los soldados que cuidan nuestro país estén aquí para ofrecer su solidaridad y resguardar la privacidad de sus colegas ingleses. Seguiremos informando, buenas noches.

O esa reportera sufría de una grave ausencia de inteligencia, o creía que con ese reportaje recibiría un ascenso, lo que era lo mismo. Si los militares estaban involucrados, y lo estaban, ese reportaje sería el fin de su carrera, además de un descuido monumental por parte de ellos. Mientras, los hechos comenzaron a calarle hondo.

—No es gripa… —susurró Camila. Le empezaron a temblar las piernas y sintió que de un momento a otro vomitaría, sin embargo su cerebro continuo trabajando.

No era gripa.

No era aéreo.

No tenía idea.

Pero estaba comenzando a ocurrir.

—¿Camila? —Una mano se había cerrado alrededor de su brazo, y ella miró aturdida hacia su dueño—. ¿Qué está pasando? ¿Qué tienes que ver con eso? ¿Por qué estamos aquí?

Ella lo miró perpleja por varios segundos. Se sentía desconectada. Mareada. De verdad estaba pasando. Militares, hospital, un piso cerrado, piel, riñones dañados.

—Porque ha comenzado… —susurró más para sí misma—, de verdad ha comenzado.

No sabía qué, solo recordaba las palabras de su padre: «Camila, la situación va a ser terrible, habrá muertos, muchos.»

Muertos.


Muchos muertos.

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