Capítulo 2
En cuanto Camila se detuvo en la entrada de su casa se
imaginó a si misma bajando de un salto y corriendo al interior. Imaginó que de
los nervios las llaves se le caerían al suelo y podría abrir la puerta hasta el
segundo o tercer intento. Y luego… se veía paralizada en la entrada. Viendo
algo horrible y aterrador. No sabía que era lo que encontraría adentro, y, por
eso mismo, se quedó ahí sentada, con el pie presionando firmemente el pedal de
los frenos, sin estacionar el auto todavía.
Aferró con fuerza el volante, no miró hacia la casa, se
concentró en todo lo que alcanzaba a escudriñar a través del parabrisas.
Árboles con las hojas comenzando a secarse, contenedores de basura, podadoras
de césped dejadas descuidadamente cerca de las vallas, los columpios en una de
las casas, algunos autos. Pero ninguna persona. Ningún niño correteando, ningún
hombre fumando en el porche, ninguna anciana tejiendo en su mecedora, ni
siquiera un maldito gato.
Nada.
Aterrador.
Con la sensación de traer un ladrillo en el estómago estacionó
bien la Hummer y bajó de un salto. Trataba de no pensar en nada y gracias a esa
determinación, avanzó con paso firme sobre los adoquines rojos del camino hacia
la puerta. Era como caminar bajo el agua, con todo el peso y la fuerza del mar
en su contra.
Al llegar no se le cayeron las llaves, si acaso tintinearon
cuando abrió la cerradura. Mientras empujaba la puerta pensó en lo raro que le
parecía que las llaves tintinearan, las suyas nunca lo hacían, solo tenía su
copia de la puerta principal, la del auto, la llave de su cubículo de la
biblioteca y una moneda dorada perforada que usaba como llavero. En cambio su
padre tenía más de una docena de llaves identificadas con cinta aislante de
colores y códigos marcados con Sharpie.
CASA. LAB. OFC. CP3. MSC1.
HAD. CTA.
Y otras más que no tuvo tiempo de leer, seguramente solo su padre conocía el
significado.
Finalmente ahí estaba. De pie en el vestíbulo alcanzaba a
ver la televisión apagada de la sala de estar y a su derecha las escaleras para
el segundo piso. Todo vacío y en silencio, sin rastros de que hubiera alguien
más en casa.
—¿Papá? —Su voz salió chillona, aguda y aterrada, como la de
una niña.
Nadie contestó. Estaba segura que la casa estaba vacía, pero
por alguna razón la idea de avanzar más allá le revolvía el estómago del miedo.
Sin apartar la mirada de las escaleras ni del arco que daba
a la sala, sacó el teléfono del bolsillo trasero de su pantalón, movió los
dedos rápidamente y escuchó el timbre de marcación. Apenas timbró dos veces.
—Camila, ¿ya estás en casa?
—Si… —escuchó el suspiro de alivio de su padre y eso le
quitó un poquito de tensión en los hombros—. Papá, ¿dónde…
—¿Metiste el auto al garaje?
—No, lo dejé en la entrada. Papá quiero saber…
—Primero mételo al garaje. Ve ¡rápido!
—¡Papá, no es como si se lo fueran a robar!
—Solo hazlo Camila. Pronto. No tienes tiempo para perder.
Camila se comenzaba a impacientar, odiaba cuando su padre
actuaba así, pidiéndole cosas sin explicarle nada.
—Primero quiero que me digas dónde estás y que es lo que…
—¡Maldición, Camila! ¡Hazlo ya! —Se sobresaltó al escuchar
su grito, él nunca le gritaba—. Solo hazme caso… por favor, cuando termines no
salgas de la casa y me vuelves a llamar. Te lo explicaré todo, pero hazlo ya.
Un hormigueo le brotó de la espalda y recorrió sus brazos,
erizándole los vellos.
—Prométeme que me explicaras que está pasando.
—Te explicaré todo lo que necesitas saber.
Camila sabía que eso no significaba lo mismo, y que su padre
se lo había dicho a propósito. Cuidando las palabras.
Aun así decidió seguir adelante.
—Bien.
Cuando colgó se dio cuenta de que estaba apoyada con casi
todo su peso en el marco de la puerta, lanzó un último vistazo desconfiado al
interior de la casa y salió casi sintiéndose aliviada.
Mientras caminaba hacia la Hummer reparó en que la calle
seguía desierta. Ningún vecino cuchicheando, nadie pasándose a comer, era muy
extraño aún para las personas que vivían en esa calle. Militares, retirados y
en servicio, investigadores, médicos, psicólogos… se preguntó si no estarían
reunidos con su padre. Se preguntó si no sería la única persona en esa calle, o
a diez kilómetros a la redonda.
Con una repentina sensación de urgencia encendió el auto y
se apresuró a salir de la vista. Solo hasta que no estuvo dentro del garaje y
con la puerta cerrándose se sintió tranquila.
Decidió que ahí se quedaría, había visto suficientes
películas de terror y estaba tan estresada como para poder asustarse hasta de
su sombra. Ahí solo estaba ella, la Hummer, la camioneta de su madre, varios
neumáticos en reserva y cajas de herramientas. Nada que temer, ni siquiera
ventanas.
Encendió la calefacción, se acomodó en el asiento y pensó en
lo que haría a continuación. Justo en ese momento tenía dos clases diferentes
de presentimientos, ambos la hacían estar preocupada, pero uno de ellos la
avergonzaba.
El primero le decía que algo iba realmente mal, porque su
padre nunca la haría pasar por todo eso por nada. Ese presentimiento le
revolvía todo por dentro y hacía que quisiera gritar y correr y saber qué rayos
iba mal.
El segundo, solo era una pequeñísima duda, más bien como una
vocecita, eco de años y años de escucharlo de otras personas. Otras personas
que por lo general se merecían su desprecio. Pero ahora, al no recibir ninguna
explicación de nada, esa vocecita se iba haciendo más fuerte.
Durante años, desde que había ingresado a la Universidad,
comenzó a escuchar rumores, habladurías, burlas, sobre supuestas cosas que su
padre había hecho mientras ella estuvo en el internado. Nunca investigó a
fondo, nunca le preguntó a su padre, pero los rumores iban por el rumbo de que
se le había soltado un tornillo, de que sus paranoias y teorías de la
conspiración lo dominaron a tal grado de que perdió el respeto de la comunidad
científica.
Ella sabía bien que eso no era verdad, muchos investigadores
de renombre se seguían pasando con frecuencia por su casa para consultar a su
padre y el gobierno seguía mandándole el cheque quincena tras quincena, incluso
su profesor preferido mantenía el tono de respeto cuando mencionaba su nombre.
Sin embargo, hacía más de seis años que su padre no
publicaba ninguna de sus investigaciones y, aunque mantenía el contacto con
algunos de sus compañeros de guerra, no volvió a la milicia a pesar de que fue
un general condecorado.
Y no podía ignorar que en los últimos meses estaba más
extraño que nunca, deambulaba en una nube con sus propios pensamientos, se
desaparecía de repente sin siquiera llevarse su auto y aparecía a altas horas
de la noche, cuando se sentaban a ver televisión, se quedaba en silencio, con
la mirada fija, como si estuviera en otra parte… ese silencio fue lo que ella
necesitó para saber que a su padre le pasaba algo, él nunca estaba callado
cuando veían televisión, siempre comentaba cualquier detalle, siempre
mencionaba algo con lo que reían a carcajadas.
Se había sentido un poco aliviada dos semanas antes, cuando
su madre se fue a un viaje por el trabajo y él quedó encargado de todo. En esos
días había vuelto a ser el de siempre, el responsable, cariñoso y divertido
hombre que ella había extrañado tanto.
Pero ahora… ahora Camila no sabía qué pensar. Reclinó el
asiento hacia atrás y cerró los ojos un momento. Ni siquiera pudo concebir la
idea de que todo estuviera bien. Su madre estaba lejos, no tenía ni idea de
dónde estaba su padre y aún no decidía si era peor que pasara algo malo o que
su padre tuviera un ataque de paranoia, que venía a ser lo mismo a fin de
cuentas.
Se sentó de golpe cuando el teléfono comenzó a sonar sobre
su estómago, al parecer su padre se había impacientado. Apretó los dientes y
contestó al segundo timbrazo.
—Papá… ¿Qué es lo que está pasando? —se sintió orgullosa de
que su voz sonara firme y exigente, en lugar de temblorosa.
Su padre suspiró, cansado.
—Lila… —comenzó—, ¿dónde estás?
—En casa. —Entrecerró los ojos sospechando que la mandaría a
otro lugar.
—¿En qué parte de la casa?
—En el garaje, dentro del coche, en el asiento del
conductor. —Por primera vez reparo en que algo, además de lo obvio, hacía
falta—. Te llevaste mi coche.
A pesar del cansancio que detectaba en su voz, su padre rio.
—Se comportó como todo un héroe, se ha ganado mi respeto.
—Sí, así es él, siempre salva el día —se interrumpió cuando
escuchó un ruido lejano, como la alarma de un camión cuando va de reversa. Tal vez un vecino compró muebles, pensó—. Dime ya
que es lo que está pasando, ¿Por qué todo ese rollo de «apresúrate Camila»?
¿Por qué no estás aquí? ¿Por qué me ocultas cosas?
Por casi medio minuto escuchó silencio al otro lado de
la línea, murmullos, y al final otro suspiro cansado.
—Hubo un accidente…
La adrenalina corrió por sus venas.
—¿Qué? —Tragó saliva— ¿Mamá está bien? ¿Pasó algo con su
vuelo? Oh Dios…
—Está bien, ella está bien. Cielos, tranquila hija, no se
trata de eso, tu madre está bien, está a
salvo.
—Ok… —se sintió débil cuando se dejó caer contra la puerta.
Por un momento pensó… sacudió la cabeza y volvió a concentrarse—. ¿Entonces?
Otro suspiro. Si Camila volvía a oírlo suspirar terminaría gritando.
—El
accidente fue… de carácter militar. —La recorrió un escalofrío, sacudió la
cabeza tratando de borrar las palabras «teorías de conspiraciones» de su
mente—. Hubo un robo de información confidencial, muy delicada y peligrosa. Se
intentó solucionar desde hace un par de semanas y todo estaba bajo control…
hasta esta mañana, el gobierno esta manejando la situación pero mi prioridad
era ponerte a salvo.
Frunció
el ceño, otra vez esa palabra.
—¿Qué
clase de información militar tiene que ver conmigo, con nosotros?
—Si
se sale de control, tendrá que ver con todo el mundo.
«Paranoia».
—Papá…
—se obligó a mantener la calma—, ¿Cómo es que sabes todo esto? ¿Cómo sabes que tu
información es confiable?
—Cariño,
trabajo para el gobierno, si hay alguien que tiene los medios para estar informado
ese soy yo.
Camila
levantó la mano libre y se soltó el cabello, con la esperanza de que eso
ayudara a calmar el dolor que estaba comenzando a martillearle las sienes.
—¿Y
qué es? ¿De qué se trata? Háblame claro porque hasta este momento sigo sin entender
nada.
—La
información que se llevaron… tiene que ver con un arma, peligrosa, que aún no
esta desarrollada del todo, pero con efectos… catastróficos.
—Un
arma… —susurró Camila, dobló las piernas y coloco la barbilla sobre sus
rodillas, pensando en las posibilidades. Había muchos tipos de armas, si
comenzara por las más peligrosas serían las armas nucleares, químicas, biológicas… en cuanto pensó la palabra se quedó completamente
paralizada—, ¿Tu… tuviste algo que ver con esa arma?
—Se podría decir que existe gracias a mí. —Lo escuchó
suspirar, otra vez, y entonces se dio cuenta de que nunca se trató de
cansancio, sino de culpa. Al fin la gravedad de la situación la golpeó con la
fuerza de un camión.
—¿Qué es papá? ¿Un virus? ¿Una bacteria? ¿Cómo lo están
controlando, les estás ayudando?
—Digamos que tenemos una diferente opinión sobre «controlar» la
situación, pero estoy ayudando a mi manera.
—Papá…
—Como todos los desastres, la idea original no era crear un
arma. Lila, si el mundo se vuelve un infierno, recuerda eso —rió sin ganas—,
aunque bien dicen que el infierno está lleno de buenas intenciones.
—¿Dónde estás papá? Puedo ir contigo, puedo ayudarte… yo
también sé sobre microbiología… sea lo que sea esa arma, seguro que podemos…
—Lila, mi amor, ya es tarde para eso. —La determinación de
él la dejó sin palabras—. Qué bueno que sigues en el garaje, ¿recuerdas el
pequeño baño que queda medio oculto por la pared de neumáticos?
—Si.
—Ve hacia ahí, no cuelgues, solo ve…
—Papá…
—Estoy contigo cariño. Estaré contigo en todo esto y cuando
encuentre una manera de solucionarlo… iré por ti.
—¿Por qué no puedo ir contigo? ¿Por qué no me dejas
ayudarte? —Camila trago saliva antes de preguntar lo que realmente quería—,
¿crees… crees que no soy suficientemente… buena?
—¡No! ¡Por supuesto que no, hija! Créeme que nada me
gustaría más que tenerte aquí a mi lado, tienes la mente ágil de tu madre y de
mi sacaste la indagación, cuestionas y cuestionas hasta dar con el clavo.
Contigo aquí, tal vez ya habríamos encontrado la solución a todo esto.
—Entonces, ¿Por qué…
—No es seguro afuera, en cualquier momento… las cosas van a empeorar
y tú serías un blanco, para cualquiera que sepa tu conexión conmigo, amigos y
enemigos. Escúchame bien, si hay algo que quiero que recuerdes a partir de
ahora, además de que te amo, es que aún en las peores situaciones, el gobierno
siempre querrá sacar provecho. Siempre.
—Eso quiere decir que tal vez… ¿nunca nos volvamos a ver?
—Las cosas se pueden poner feas. Se van a poner feas, pero
tú estás en un lugar seguro, tu madre está en el mejor lugar en el que puede
estar ahora mismo y yo también. En cuanto tenga un avance, en cuanto encuentre
la manera de detener esto iré por ti. Es una promesa Camila, además, aún no hay
nada dicho, es posible que todo quede controlado en un par de horas y no sean
necesarias ninguna de las precauciones que he tomado.
Camila sabía que su padre no se creía eso último, pero se
permitió tener esperanzas. Aún no sabía de qué iba esa arma.
—Bien. ¿Querías que buscara algo en ese baño?
—Sí, ¿ya estás ahí?
—No, espera. —Salió del auto sin apagarlo y avanzó hasta el cuartito
de baño.
Sabía que solo se trataba de un inodoro y un lavamanos pequeño que su
padre usaba para no tener que entrar en la casa cuando trabajaba cambiándoles el
aceite, o algo por el estilo, a los autos.
Las luces fluorescentes hacían que todo se mirara… como en
un hospital. Avanzó despacio, como temiendo que algo le brincara desde un
rincón de repente. Así es como se había sentido en el hospital en una ocasión hace
ya muchos años, habían internado a su madre por la mordida de una víbora de la
que trataba de obtener el veneno, aunque le habían inyectado el antídoto de
inmediato ella no reaccionó, entró en shock y estuvo en coma toda una noche. Camilla
no durmió durante los tres días que tardaron en darla de alta, en el último día
casi alucinaba. Le parecía ver sombras alargándose, movimientos extraños por el
rabillo del ojo, puertas que se cerraban, pasos rápidos, gente llorando. Ahí
comenzó su odio a los hospitales.
Sin saber muy bien porque, tomo una de las llaves con las
que su padre apretaba tuercas, llegó a la puerta del baño y con la mano libre
giró el pomo. Mantuvo el teléfono entre el hombro y la oreja, así que
seguramente su padre escuchó la exhalación de alivio que soltó cuando abrió la
puerta y lo encontró todo vacío.
—¿Listo?
—Sí, dime que busco.
—¿Vez el interruptor de la luz a tu derecha?
Camila giró la cabeza y lo encontró. Inmediatamente frunció
el ceño. Las luces se habían encendido solas en cuanto abrió la puerta.
—¿Para qué…
—Exacto. —Casi podía ver a su padre sonreír—. No es del todo
un interruptor. En la parte de abajo busca una pequeña rendija, si colocas algo
ahí, como tú uña, y presionas hacia fuera, se abrirá fácilmente.
Así lo hizo y se desprendió con un chasquido, levantó esa
especie de tapa y abajo se encontró con una cerradura iluminada por un foquito
rojo.
—¿Qué es esto?
—¿Traes mis llaves contigo?
—Dame un minuto, las dejé en el auto.
Fue y volvió corriendo, olvidándose del miedo que había
tenido antes, aunque con ganas de quedarse en la calidez del auto y no en el
frío ambiente del garaje.
—Aquí las tengo —dijo, volviendo a tomar el teléfono del
lavamanos.
—Bien. Camila, pase lo que pase, no vayas a perder esas
llaves, puede que te salven la vida. Y de ninguna manera permitas que caigan en
manos de desconocidos ¿Hecho? —Esperó hasta que ella le diera una respuesta
positiva para continuar—. Ahora busca la llave que tiene cinta de color azul y
que dice 011B en la etiqueta, introdúcela en la cerradura y gírala dos vueltas
completas a la derecha y una a la izquierda.
—Ok. —Mientras lo hacía, no pudo evitar preguntar—. ¿Qué
significa? El 011B
—Oh… —rió cálidamente su padre—, bueno, suelo relacionar
números con códigos para poder recordar su significado fácilmente después, ya
lo sabes. El 011 es por ti, pesaste once libras cuando naciste, eras una
preciosa bebé fuerte con unos pulmones poderosos.
—¿En serio? ¿Once libras? Tienes que estar bromeando.
—Once libras de pura intensidad, inteligencia y belleza.
—Basta papá, me vas a hacer… Oh por Dios… —se interrumpió
cuando hizo el último giro de la llave y la amenazante luz roja cambio a una
suave luz verde, la pared del fondo se hundió y sin hacer el menor ruido se
deslizó hacia la izquierda. Una escalera se fue iluminando debajo y no alcanzó a
ver hasta donde llegaba.
—Supongo que ya te imaginas lo que significa la B.
Camila duró todavía unos segundos con la mirada perdida en
las escaleras.
—Tenemos un maldito bunker.
—Sí, algo así.
—¿Cómo rayos pasó esto? ¿Cómo es que no nos dimos cuenta?
—Bueno, se terminó de construir la primera fase el día en
que naciste y fui ajustando los detalles en los siguientes años.
—Pero… pensé que habías comprado la casa después de que yo…
me fuera al internado… para estar más cerca.
—Nos mudamos para estar más cerca de ti, sí. Pero el lugar
ya era mío, mande construir la casa, di la sutil idea de un fraccionamiento
exclusivo para militares y exmilitares y todo funcionó como lo planeé. Nadie
sospecha lo que hay bajo tierra, ni si quiera se puede detectar por
infrarrojos. Solo un puñado de gente conoce su existencia y son enteramente de
mi confianza.
Mientras él hablaba, Camila había comenzado a bajar las
escaleras. La estructura era bastante sólida y gracias a ello no sentía
claustrofobia, pensaba que al estar en un bunker bajo tierra, habría temblores
constantemente y caerían hilillos de tierra del techo, pero al mirar hacia
arriba solo se encontraba con un techo liso, con lámparas cada dos metros.
—Este lugar es increíble —dijo más para sí misma, al llegar
a la habitación en donde terminaban las escaleras.
Era una biblioteca. Llena de enormes estanterías llenas de
tantos libros que sintió un hormigueo en las manos por ir y hojear al menos una
docena. Ahí no hacía frío, un tranquilizante aire cálido salía de las rendijas
de ventilación.
—El viernes pasado me llegó el pedido más reciente, los
libros aún están en las cajas al fondo, detrás del sillón largo. —Camila miró hacia
ahí y alcanzó a distinguir las solapas de una caja abierta.
Comenzó a avanzar, como atraída por un imán.
—Ya tendrás más tiempo para echarles un vistazo cariño,
ahora quiero que vayas por el pasillo a la izquierda.
—¿Que hay por ahí? ¿Un laboratorio siniestro dónde mantienes
experimentos secretos? —lo dijo realmente sin pensarlo, pero luego se dio
cuenta de que, como estaba la situación, fue un error tremendo—. ¡Lo siento
papá!, no quería decir eso… estaba jugando, yo…
—Tranquila Lila, además sí que tengo laboratorios
siniestros, solo que no ahí. El pasillo de la derecha te llevará a algunas habitaciones
sencillas, baños, y al final una… podría llamarse cocina. El pasillo de la
izquierda, es el que quiero que veas.
—¿Qué hay ahí? —Repitió, cuando él no le contesto se limitó
a caminar hasta allá.
La primera puerta del pasillo estaba abierta, cuando se
asomó vio dos cintas de correr y un par de máquinas de gimnasio para las
piernas y los brazos, al fondo estaba una bicicleta estática frente a un televisor
enorme.
Ahora le parecía que sus padres habían tenido una vida
secreta, separados de ella.
—Íbamos a decírtelo ¿sabes? —Le dijo, como si hubiera leído
el rumbo de sus pensamientos—, solo esperábamos a que te graduaras, tu madre se
moría por comenzar a trabajar contigo a tiempo completo.
Se le formó un nudo en la garganta.
—Aún lo haremos ¿cierto? —A pesar de todo lo dicho, tenía
una mala sensación. El mal presentimiento de que no volvería a ver a su madre.
—Si. Lo haremos. Trabajaremos los tres juntos y
descubriremos cosas buenas, cosas que cambiarán el mundo para bien.
Y ese era el sueño de todo gran científico, la motivación
que la había llevado a estudiar algo que muy pocas personas estudiaban.
Camila siguió caminando por el pasillo hasta la siguiente
habitación, su padre estaba en silencio, dejándola que explorara ella sola.
La siguiente puerta era una especie de vestidor, había
camisetas negras, beige, verdes y cafés, en tallas desde pequeñas hasta extra
grandes, de mujeres y de hombres, todas colgadas en orden, como en una tienda
de ropa. A un lado, ordenados de la misma manera, había pantalones negros,
caqui, verde oscuro y de camuflaje. Uniformes.
Salió para revisar las demás puertas, pero se encontró con
que las tres que restaban, incluyendo la del final del pasillo, estaban
aseguradas.
—¿Qué hay detrás de las tres puertas? —se preguntaba si su
padre seguiría con el teléfono en la oreja o se habría limitado a poner el
manos libres mientras hacia otra cosa.
—Tienes la llave de las tres, pero te aconsejo que la que
está a tu derecha la ignores de momento, la de la izquierda es mi…
—¿Qué hay en la de mi derecha?
—… oficina.
—¿Prefieres que hurgue en tu oficina en lugar de que habrá
la puerta derecha?
—Créeme. Si de mí dependiera, nunca tendrías que usar nada
de lo que hay detrás de la puerta derecha.
—Sabes que eso solo me intriga más ¿verdad?, ya dime de que
se trata.
—Hija mía tenías que ser —murmuró entre dientes—, es un…
míralo por ti misma, la llave es la que dice CTA.
—¿CTA?... ¿cómo de «Centro de Tratamiento de Alucinaciones»
o «Ciudad de Torturas con Arañas»?
—Tienes demasiada imaginación, a lo mejor leerte tanta
fantasía de pequeña estuvo mal.
—Claro que no, ademaaa… —alargo la palabra hasta que olvidó
realmente qué era lo que quería decir. Acababa de abrir la puerta, un pasillo
con las paredes cubiertas de todo tipo de armas la recibió. Y al fondo, un
impresionante y sofisticado…
—Campo de Tiro y Armas. No sé cómo se te ocurrieron las
arañas, yo las detestó también.
—Esto es como el paraíso. Cuando te dije esta mañana que no
podían ponerte un límite en las municiones, solo estaba bromeando ¿sabes? No
creí realmente que tuvieras un arsenal.
Y había de todo. Pistolas de todos los calibres, automáticas,
semiautomáticas, escopetas, rifles, incluso en la parte más alejada había una
ametralladora de las que se colocan en los tanques de guerra. Cosa que solo
había visto en las películas de Rambo.
Su padre era una especie de dios de las armas… y de la
paranoia. Solo alguien como él pudo haber creado ese sitio. Si alguien se había
enterado y se lo había comunicado a «otro alguien»… bueno, ahora entendía muy
bien porque lo acusaron de loco.
—No quiero que te concentres en esa habitación, todo eso es
solo para emergencias. Sal ahora y ve a mi oficina.
—Sí, señor. —dijo imitando el tono del saludo militar.
Rio cuando lo escuchó refunfuñar.
—Camila, tengo que ocuparme de algo, pero antes de colgar
quiero que revises la última puerta. Para abrirla tienes que presionarla hacia
adentro por la parte del centro, sin guantes, la caja a un lado de la puerta se
abrirá, es un lector de retina —Camila, que por la urgencia que detectaba en su
voz iba haciendo todo al tiempo que él se lo decía, se quedó perpleja al ver
tanto despliegue de tecnología. Pues, ¿qué habrá del otro lado, se preguntó,
para que él haya dedicado tantos esfuerzos, tanta seguridad?—. Acomoda la
barbilla sobre la base, como lo haces para un examen de la vista y no
parpadees.
Una lucecita paso dos veces por sus ojos y la puerta se
abrió sin hacer ruido.
—Vaya.
—Eso de la retina solo es necesario una vez, para
confirmarte con la base de datos. Esa es tu salida de emergencia Lila, la
próxima vez se abrirá solo con el toque de tu mano. —Camila entró y solo vio un
camino asfaltado, hasta que vislumbro una camioneta negra, gigante, como la
Hummer que había dejado arriba, pero de alguna manera mucho más grande—. He
estado trabajando en esa camioneta por años, tu madre la llamó Hades, porque
tiene la rudeza y la oscuridad para manejar el inframundo.
—Se ve… grande.
Aterradora, imponente. El nombre le va bien, pensó.
—Es por los paneles solares que tiene en el techo y a los
lados. Gasta menos gasolina que una motocicleta, funciona noventa por ciento
con electricidad. Adentro tiene lo que tu madre y yo consideramos que podrías
necesitar en caso de… un aprieto. Para salir solo tienes que seguir el camino,
después de dos kilómetros una puerta se abrirá automáticamente y saldrás hacia
el norte de la ciudad. El GPS te indicará como llegar a un lugar seguro.
—No.
—¿No qué?
—No hagas eso. No hables como si todo se fuera a ir a la
mierda y supieras que esta es la última vez en que hablarás conmigo, no hables
como si fuera tu última oportunidad para ponerme a salvo…
—No hago nada de eso, solo tomo precauciones. Quiero que
conozcas tu entorno en caso de necesitarlo antes de que nos pongamos en
contacto.
—¿Ya vas a colgar?
—Si. Cuídate Lila, mira las noticias locales, entrénate en
el gimnasio, en mi oficina hay monitores para que vigiles la casa, encontrarás
más información en un video que te deje en la computadora. Si alguien, quién
sea, intenta forzar la entrada y lo logra, huye. Si es alguien de mi confianza
tendrá la llave y sabrá que tiene que entrar por el garaje. Te amo Lila,
perdóname.
Antes de que pudiera contestarle cortó la llamada. Se le
humedecieron los ojos y volvió a marcar, saltó directamente el buzón de voz.
Sabiendo que sería inútil seguir intentándolo le dejó un mensaje y se guardó el
teléfono en el bolsillo.
Salió al pasillo de nuevo y comprobó lo que le dijo su padre
de que la puerta se abriría con solo empujarla, así fue. Se recargó en la pared
y se dejó caer hasta el suelo, con los brazos entre las piernas y el juego de
llaves en los dedos. Consideró la idea de volver a subir e ir a buscar a su
padre en la Hummer, pero si lo que había dicho era cierto, eso solo empeoraría
las cosas para él.
Se preguntó cómo las cosas pudieron cambiar así en un solo
día, por la mañana solo era una chica más que se comportaba estúpidamente con
una maestra, con una familia feliz y que planeaba una maratón de series con su
padre para el día siguiente. Pero por la tarde había pasado a ser una chica que
no podía salir de casa, que por cierto tenía un enorme bunker debajo, porque su
padre había creado un arma biológica que ponía en peligro millones de vidas y
tenía que esperar a que éste encontrara una solución.
Interesante.
Muy bien Camila, ahora respira
profundo, cuadra los hombros y enfrenta los hechos dispuesta a darles una
patada en el culo. Se sonrío a sí misma y se puso de pie. Si algo había
aprendido en el internado era que siempre se podía seguir adelante, a pesar de
todo.
Buscó la llave con las letras OFC y entró en la oficina de
su padre. A pesar de, en teoría, tener el permiso para estar ahí, sentía que
tenía que andar con cuidado o en cualquier momento saltarían las alarmas de
intruso.
Lo primero que llamó su atención fue la pared detrás del
escritorio. Había nueve monitores perfectamente centrados y dispuestos para
que, al estar sentado en la silla y girarse, ninguno quedara fuera de su vista.
Bajo ellos, una luz azul se encendía y se apagaba con una cadencia que la
relajaba. Cuando se acercó más y pudo leer lo que decía la inscripción a un
lado de la luz, se tensó de nuevo.
«Recinto asegurado».
¿Qué diablos quería decir eso?
Las imágenes de los monitores cambiaron y Camila vio la
calle que daba a la entrada de su casa desde dos ángulos, la propia entrada, el
jardín visto desde arriba, la entrada al garaje, la imagen de unas rocas cerca
de un acantilado, pero lo que la dejó paralizada fueron las tres imágenes del
centro. Eran de su casa, pero no comprendía lo que veía.
Todas las ventanas estaban cubiertas con una especie de…
cortinas metálicas, y en donde debería estar la puerta de entrada solo había
una pared de acero, del suelo hasta el techo, ni la terraza ni los balcones
habían quedado descubiertos. No había ni una sola manera de entrar, toda la
casa era ahora solo paredes y metal y sospechaba que entre las paredes de
concreto también había metal. Estaba atrapada ahí, quisiera o no quisiera irse,
su padre había controlado la situación para que no tuviera escapatoria.
Apretó los puños con ganas de golpear a alguien y buscó una
manera de cancelarlo, presionó los botones que había debajo de los monitores
pero solo sirvió para cambiar las escenas. Escudriñó la pared con la mirada,
como esperando que apareciera un botón gigante que dijera algo como «presionar
aquí para detener todas las maquinaciones de tu padre».
Finalmente se dejó caer en la silla y se masajeó las sienes
con la punta de los dedos. No estás atrapada, se
decía, tienes una vía de escape. No estás atrapada.
Pero lo estaba. Y para Camila no había peor cosa que estar
atrapada, encerrada, sin salida.
Levantó la mirada de nuevo hacia los monitores
buscando alguna manera, cualquier indicio de que su padre hubiera pasado algo
por alto y, mientras escudriñaba detalladamente cada habitación, se le fue
literalmente el aire cuando vio algo totalmente, absolutamente, inesperado.
Tanto que por primera vez en el día creyó estar soñando, qué después de todo
nunca salió de la pesadilla por la mañana.
Tardó varios minutos en darse cuenta, concentrada como
estaba en buscar salidas en las habitaciones. Primero vio un movimiento de
reojo en el noveno monitor, pero cuando volteó a ver de qué se trataba la
imagen cambió y se encogió de hombros dejándolo pasar. Después, cuando analizaba
la sala de estar, especialmente interesada en la chimenea, no pudo ignorar la
sombra que paso por el arco de la entrada.
No pudo evitar ponerse nerviosa. No pudo evitar pensar lo
peor. Pero aun con eso, no estaba preparada para el rostro de la persona que se
veía claramente entrando a su comedor, tomando una de las sillas y rompiendo
los cristales de la ventana pero rebotando contra la cortina de metal.
Furiosa, más furiosa de lo que estaba con su padre por
dejarla ahí atrapada, se levantó, tomó las llaves y fue hasta el cuarto al que
su padre le dijo que solo entrara en caso de «emergencia», justo en ese momento
no se le ocurría algo más peligroso.
Le pareció que pasó de estar en el fondo del bunker a estar
de nuevo en el garaje en cuestión de segundos. Y tardó menos aún en llegar al
comedor.
Avanzó en silencio, evitando los restos de cristales
esparcidos por el suelo de madera. Mierda, pensó, su madre adoraba las cortinas
que ahora estaban arruinadas. Solo por eso podría matar al imbécil ese.
Siguió lentamente hasta la cocina, de dónde salían ruidos de
puertas abriéndose y cerrándose. Apretó los dientes y entró, con la pistola
firmemente entre sus manos, apuntando a la espalda del tipo que se inclinaba
asomándose en el refrigerador. Su refrigerador.
—¿Qué mierda estás haciendo aquí? —a pesar de su coraje, no
gritó. Sus palabras salieron calmadas, pasando a través de sus dientes
apretados.
—Ya que no puedo salir, busco comida… pero déjame decirte
que solo he encontrado comida chatarra, ¿qué nunca comen algo decente aquí?
—No repetiré la pregunta de nuevo, así que más te vale tener
una buena respuesta porque realmente estoy perdiendo la paciencia.
Finalmente el intruso se dio la vuelta y abrió los ojos
sorprendido al ver el arma.
—Woh, woh, woh… tranquila, baja el arma y hablaremos de
como llegué aquí toda la tarde si quieres, no tenemos que convertir esto en
algo violento ¿no?
Su maldita sonrisa encantadora apareció. A Camila le daban
tantas ganas de dispararle qué le hormigueaban las manos, pero tras suspirar y
convencerse mentalmente, bajó el arma, aunque no dejó en ningún momento de
estar preparada para levantarla de nuevo.
—Eres el geniecillo más idiota del planeta, el más idiota
por mucho.