14 de junio de 2015

Green Apple

Capítulo 1


El día que el desastre comenzó, a Camila se le hizo tarde para ir a la escuela. Tenía un sueño de esos que la atrapaban a veces, no podría decir con seguridad que se tratara de una pesadilla, ya que nunca se despertaba con resquicios de terror. Ella se despertaba en calma, se quedaba unos segundos paralizada, observando su habitación, y en esa misma cantidad de segundos los restos del sueño se esfumaban.

Ese día fue diferente, se le dificultó más de lo normal salir de la espesa nube que la separaba de la realidad y la mantenía en el sueño. Al abrir los ojos aún podía escuchar los gritos, los gruñidos, los cientos de pasos apresurados por las calles. Aun sentía las garras que la detenían por los brazos. La impotencia y la muerte. Ya con los ojos abiertos, pero totalmente paralizada, casi podía ver el humo saliendo de los edificios.

— ¡Lila! Ya es hora de levantarse —la voz de su padre resonó en el pasillo, seguida de unos golpes en la puerta—. ¡Se te hace tarde cariño!

Al escucharlo su mente se despejó por completo y se sentó en la cama. Un poco desorientada, tanteo con las manos entre las sábanas hasta que dio con su teléfono, al ver la hora soltó un sonido entre grito y gemido. Eran las seis con cuarenta minutos y ella tenía su primera clase a las siete.

—¡Maldición! —pateó las sábanas para deshacerse de ellas y fue dando tumbos hasta el baño. Escuchó a su padre tarareando y haciendo ruido en la cocina y frunció el ceño, aunque él no pudiera verla— ¡Papá, ¿Por qué no me despertaste más temprano?!

—¡Lo hice!, casi tumbe tu puerta a golpes y como alcancé a escuchar tus ronquidos supuse que te habías desvelado anoche y me vine a preparar el desayuno.

—¡Yo no ronco! —aún en la ducha pudo escuchar la carcajada de su padre.

—Como tú digas.

Rodó los ojos y se apresuró a alistarse. Tras sus años de vivir en un internado militar, ya estaba más que acostumbrada a estar duchada, vestida y peinada en diez minutos. Entró en el comedor con la mochila al hombro y abrochándose el botón del pantalón.

—Por favor, nunca dejes que un hombre se entere de que puedes estar lista en menos de lo que tu padre se tarda en preparar unos hotcakes y pelar una manzana, o tendré que verme obligado a adquirir más munición de la que me permiten.

—Vamos papá, no creo que tengan un límite en cuanto a munición para ti. Además —añadió, mientras hacia un rollito con un hotcake y le daba una mordida—, me tarde demasiado si ya tienes lista la manzana.

Su padre sonrió y le mostró un pequeño traste de plástico lleno con manzana picada.
—Tal vez significa que estoy progresando en mis habilidades culinarias —dijo mientras le echaba un vistazo a la hora en el microondas—. Tardaste once minutos, eres mi orgullo más grande.

Camila sonrió y enrolló el segundo hotcake.
—Bueno, pues tu orgullo va a llegar tarde a su primera clase si no se da prisa. —Se zampó el último bocado y guardo el traste con la manzana en su mochila.

—¿No puedes tomarte el día libre hoy? Me gustaría que pasaras tiempo con tu viejo antes de que llegue tu madre.

—Lo siento pa, hoy tengo practica de laboratorio y el examen de ética en… ocho minutos —dijo después de ver la hora en el teléfono—. ¿Qué te parece mañana? Todo un día para nosotros solos.

—Perfecto. —La siguió hasta la puerta de entrada y metió la mano en el bolsillo del pantalón—, espera, llévate el mío. Me sentiré mejor si sé que vas a manejar como loca en un automóvil blindado que en esa cosa que ni siquiera tiene bolsas de aire.

—¡Papá!

—Nada. Llévatelo. —Dijo lanzándole las llaves—. Y dame las tuyas porque iré al supermercado a comprar cosas para llenar el refri, o tu madre creerá que hemos estado viviendo de comida chatarra desde que se fue.

—Pues es lo que hemos estado haciendo —replicó Camila mientras le lanzaba sus llaves y se subía a la monstruosa Hummer, de su padre—. Hasta la tarde, compra manzanas verdes, ¡te amo!

—¡Te amo lila, ve con cuidado!

Camila nunca lo admitiría a viva voz, pero amaba conducir la Hummer. Iba como la seda sobre el asfalto y la hacía sentirse poderosa. Ningún carro osaba meterse en su carril y todos le daban el pase. Los asientos de cuero eran súper cómodos, la radio parecía tener señal en todos lados y los detalles de gamuza y madera le daban un toque de elegancia. Si, adoraba la Hummer.

En cuanto vio la entrada al estacionamiento del campus de la universidad, su buen humor generado por la adrenalina disminuyó considerablemente. Se estacionó sin problemas, pero antes de bajar se entretuvo anudándose las botas descuidadamente, luego sacudiendo la humedad de su cabello y recogiéndolo en un moño flojo. Sin nada más que hacer tomo la mochila y bajo de un salto.

Si no fuera por el examen le habría hecho caso a su padre y se habría quedado a pasar el día con él. Sin nada más que hacer que comer palomitas mientras miraban Breaking Bad en Netflix.

Odiaba la clase de ética, la odiaba de verdad. Pero ya tenía demasiadas faltas y temía que la profesora, que le dejaba muy claro que el odio era mutuo, no la dejara hacer el examen después o le saliera con alguna regla que le permitiera reprobarla. Y Camila no podía permitir eso, tanto por su orgullo como por el hecho de que era su último semestre para graduarse.

Avanzó entre los pasillos llenos de chicas de primero y segundo que se juntaban en grupitos para cotillear. Técnicamente tenían la misma edad, pero con su camiseta negra, sus jeans gastados y sus pesadas botas de camuflaje, Camila sabía que había una diferencia abismal entre ellas. Lo único que compartían era la clase de ética. Una razón más para detestarla.

—Vaya, vaya, señorita Harris ¿se ha dignado a honrarnos con su presencia? —La voz de la profesora Ferguson la recibió en cuanto cruzo el umbral de la puerta, como si la hubiera estado esperando—. Dígame, ¿qué la trae por aquí?

—El examen, por supuesto —respondió sin inmutarse. En algún lugar de la clase alguien disfrazó su risa con una tos demasiado falsa.

—Por supuesto. —Cualquiera podría notar la furia que relampagueaba en los ojos de la mujer—. Tendré que poner exámenes más seguido si con eso se motiva a asistir.

—Puede ser una buena manera de intentarlo.

El grupo entero ahogó una exclamación, incluso la profesora pareció sorprendida durante un par de segundos. Luego frunció el ceño, tomo una hoja del montón que tenía sobre el escritorio y se acercó con pasos bruscos hasta el asiento de Camila.

—No puedes sacar tus apuntes. No puedes mirar hacia los lados. No puedes hablar. No puedes sacar tu teléfono y quiero todo contestado con tinta azul, sin tachones. —Dijo después de ponerle el examen enfrente y remarcando cada frase con un golpe del índice sobre la madera del pupitre.

Camila se contuvo. Apretó los dientes. Se contuvo. Se contuvo.
—Pan comido. —Replicó arrogantemente. Al final no pudo contener esa pequeña declaración de guerra. ¿Qué podía hacer? Así fue educada, le enseñaron a no permitir que nadie la intimidara.

Todos vieron la tensión en los hombros de la profesora cuando ésta regresaba al frente, pero antes de que se girara para, probablemente, echar a Camila del salón, una voz se alzó al final del aula.

—Profesora, tengo una duda con la segunda parte del examen. —Se trataba de Nicolás Peterson, un geniecillo demasiado popular para ser considerado nerd. Estudiaba física. Camile odiaba la física—. En las situaciones que menciona, ¿qué clase de respuesta quiere?

—Tu reacción ante ellas Nicolás, tu reacción.   

Camila levantó las cejas mientras buscaba la pluma en su mochila. Conque «Nicolás» ¿eh?, pensó, nada de «Señor Peterson» para el geniecillo.

Terminó el examen antes que nadie, pero hizo tiempo revisando las preguntas una y otra vez para no ir a entregarlo primero. A pesar de su odio hacia la clase, en realidad era de las más fáciles que había tenido. Ninguna de las clases que requerían mucha teoría y poca lógica representaba ningún reto para ella.

Por el rabillo del ojo vio que alguien se movía. Nicolás avanzaba hasta el escritorio, con su andar despreocupado y su sonrisita encantadora. Camila guardo su pluma en la mochila y se la colocó al hombro, se puso de pie y fue a entregar el condenado examen también.

—Aquí tiene mi examen señora Ferguson, que tenga un excelente día. —Hasta su voz, pensó Camila, tenía algo que hacía que todos lo adoraran, mientras que a ella le apetecía más escuchar las uñas de alguien raspando la pizarra.

—Gracias Nicolás, igualmente. No te sobrepases estudiando, ya eres demasiado listo, diviértete.

—Lo haré señora. —La enorme sonrisa del geniecillo la hizo poner los ojos en blanco y preguntarse si ahora todas las personas del mundo caían ante los clichés de ese tipo.

Levantó una mano y con el índice toco el hombro de la profesora, tres veces. Provocando que desviara su mirada llena de ensoñación de la salida del chico a la mueca de desagrado de ella.

—Mi examen —dijo, ondeando la hoja en el aire con una mano. La profesora se la arrebató y la puso junto con la otra hoja en el escritorio, con la ensoñación reemplazada por el fastidio. Camila casi se compadeció. Casi—. Que tenga un excelente día señora Ferguson.

—Igualmente señorita Harris.

Tal vez esa mujer pueda triturar rocas con los dientes apretados, pensó al salir del salón con una sonrisa. Sacó el teléfono y suspiró aliviada al ver que aún tenía quince minutos libres, apenas había comenzado su camino hacia la cafetería cuando la interrumpió una voz a sus espaldas.

—Camila ¿verdad?

En lugar de darse la vuelta siguió caminando como si no hubiera escuchado nada. Esperando que su mensaje de «aléjate» fuera captado.

—Espera. —Pero tal vez ya se le había agotado la suerte. Apenas dio dos pasos más antes de que una mano la retuviera por el codo—. Necesito hablar contigo.

—No, no, no, no. —Con un ademán se deshizo de su agarre y lo fulminó con la mirada—. Mira geniecillo, si quieres conservar tus dientes será mejor que nunca vuelvas a hacer eso.

—¿Geniecillo? —Camila no podía creer que tratara de utilizar su sonrisa deslumbrante con ella. Era el colmo. Podría golpearlo solo por eso. Debería golpearlo.

En cambio se giró y continúo con su camino. Contó mentalmente, si llegaba al diez se habría librado de él. Desgraciadamente solo llego al ocho.

—¿Siempre eres tan arisca?
—¿Siempre eres tan idiota?
—¿Por qué idiota?

Camila no dijo nada, se limitó a poner un pie frente al otro y a concentrarse en no golpear, ahorcar, patear y en general a no hacer daño al geniecillo que se empeñaba en seguirla.

—¿No me vas a responder? ¿En serio? —Nicolás se adelantó varios pasos y se giró para quedar de frente a ella e impedirle el paso—. Solo quiero hablar contigo un momento, luego te dejaré en paz, lo prometo.

Ella se limitó a apretar la mandíbula, y no pudo evitar pensar en la ironía de que solo unos minutos antes se burlaba de su maestra y sus dientes trituradores de rocas. Mal karma, pensó, para la próxima se trataría de comportar mejor con ella.

—Habla pues —medio gruñó. El chico no sabía lo mucho que le había costado decir esas dos sencillas palabras.

—Vaya, de verdad te quieres deshacer de mí —dijo intentando parecer ofendido, pero al mirar los ojos de Camila alzo las manos en gesto de rendición—. Vale, vale. Iré al grano. Me han dicho por ahí que eres la mejor alumna del profesor Hayashi, el de biología molecular… así que me preguntaba si tu…

—Oh… no. De ninguna manera —lo interrumpió—. Nunca. Jamás. No doy tutorías ni clases ni nada que se le parezca, mucho menos a ti.

Lo último se le salió sin querer, pero el chico ni pareció darse cuenta. Ni si quiera se veía desanimado.

—¿Ni por créditos extra?
—No los necesito.
—¿Y si te lo pidiera el señor Hayashi?
—Ja —bufó—, él nunca haría eso.
—Pero… ¿y si lo hiciera?
—No. Ni aunque me lo pidiera el presidente. No. No y no.
—¿Por qué?

Camila lo miró exasperada levantando las manos al cielo. Le daría risa la situación si le estuviera pasando a otra persona.

—Bueno, ya hablamos, llego tarde a mi clase y tú prometiste dejarme en paz, así que adiós, esperaría no volver a verte pero desgraciadamente para eso faltan algunos meses más.

Lo rodeó y avanzó por el pasillo, esta vez él no la siguió y ella suspiró aliviada. Y así continúo, hasta las doce de la tarde, cuando le tocaba la práctica en el laboratorio. 

Primero no se dio cuenta, entró distraída mientras revisaba su copia de la práctica de ese día. Caminó hasta su taquilla y dejó sus cosas ahí, se puso la bata y se colocó los lentes de seguridad sobre la coronilla, como una diadema. Fue por los materiales como lo hacía siempre, colocándolos cuidadosamente en el carrito y desplazándose de estante a estante. Se anotó en el registro y empujó el carrito hacia el área de las mesas de trabajo… y de pronto frenó en seco. ¿Qué rayos?

Apretó los puños tan fuerte que se encajó las uñas en la piel.
—¿Qué estás haciendo TU aquí? —en cuanto lo dijo el laboratorio se quedó en completo silencio. Aunque Camila no le prestaba atención a nadie más que al intruso que estaba cómodamente sentado sobre el escritorio del profesor Hayashi. ¡Sobre el escritorio!

—¿Camila? —Ignoró la voz del profesor y camino furiosa hacia el indeseado visitante. A medio camino sintió que su teléfono vibraba en la bolsa de su bata, y eso la distrajo un poco. Lo suficiente para detenerse y mirar al señor Hayashi. Estaba haciendo una escena en el laboratorio. Su lugar sagrado. ¡Dios!, como odiaba a ese tipo.

—¿Qué hace él aquí profesor? —dijo señalando con la mano al… individuo.

—Está aquí por asesoría. Hablaremos de eso más tarde, ignóralo ahora.

Asintió.

Retrocedió hasta el carrito de materiales y se obligó a no mirar en dirección al escritorio. Estaba indignada, más que indignada, ofendida, furiosa. Pero se tragó todo eso y se dispuso a acomodar los materiales en la mesa de siempre, con el equipo de siempre: tres chicos dos años más grandes que ella que la miraban con una sonrisa, con las claras intenciones de interrogarla y ponerla incomoda.

Puso los los ojos en blanco e hizo un gesto con la mano restándole importancia. Era mejor así, no quería que nadie, nadie, comenzara a hacerle preguntas sobre Nicolás Peterson.

En un silencio lleno de tensión esperaron a que el profesor entregara los cultivos a cada mesa y mientras tanto el teléfono vibro por tercera vez en su bolsa. Una punzada de preocupación la atravesó. Su padre nunca la llamaba más de una vez cuando sabía que tenía práctica y su madre debería estar dormida según su horario.

El profesor comenzó a dar las instrucciones y el equipo se repartió el trabajo, tomando nota, clasificando, observando, midiendo… y el teléfono vibro una vez más.

No tuvo más remedio que ir a pedirle permiso al profesor para contestar, no quería demostrar la preocupación que sentía, pero de seguro el profesor la detectó porque le puso una mano en el hombro y le dio un ligero apretón. Mientras se giraba se atrevió a lanzar un vistazo al escritorio y se encontró con la mirada preocupada del geniecillo.

«No es nada», quiso decir, encogiéndose de hombros. «No es nada», se repetía una y otra vez en lo que llegaba al área de las taquillas para poder contestar.

La mano le temblaba cuando sacó el teléfono y vio la pantalla. La imagen de su padre sonriéndole, con su vieja gorra militar sobre el cabello alborotado y un libro de microbiología bajo su barbilla parpadeó hasta apagarse. Para volver a aparecer cinco segundos después. Camila reaccionó y deslizó el dedo tembloroso por la pantalla para contestar.

—¿Papá? —odió su voz quebrada, si no pasaba nada él se preocuparía.

—¡Camila! —Pero obviamente pasaba algo. Por alguna razón su padre se escuchaba sin aliento, y eso la puso inmediatamente en alerta—. Escúchame bien, toma tus cosas y ve a casa ahora mismo. Ahora mismo. ¿Me entiendes? Sin distracciones, sin detenerte. Maneja con cuidado, lo más pronto posible. Necesito que me digas que entiendes Camila.

—Entiendo, papá… quiero…

—Ya mismo Camila. ¡Muévete, muévete, muévete!

La llamada se cortó y ella se quedó paralizada un momento. 
Su padre había utilizado esa voz, la voz seria, la voz que no admitía replicas. La voz que utilizaba cuando necesitaba que un grupo de hombres le hiciera caso para salvar sus vidas. La voz del militar, no la del papá cariñoso. Eso la aterró como nada más pudo haberlo hecho.
Rápidamente tomo sus cosas y se aseguró de llevar las llaves del auto en la mano. 

Salió corriendo, sin despedirse, y mientras bajaba las escaleras para llegar al estacionamiento una voz a su espalda la hizo detenerse.

—Camila… —el chico la miraba con preocupación, y le puso atención solo porque le pareció que era la primera mirada sincera que veía en él. Por un instante, un pequeño momento, se olvidó de todo el odio que le tenía al chico—, ¿está todo bien?

En cualquier otra circunstancia habría pasado de él, como siempre. Pero estaba tan vulnerable, tan asustada, que le pareció que él era la última persona en el mundo… y que lo necesitaba.

—No.

La voz apenas resultó un susurro, y, antes de que los ojos se le llenaran por completo de lágrimas, se dio la vuelta y siguió corriendo.

Su mente giraba y giraba, dándole vuelta a todas las posibilidades que se le ocurrían. Abrió la puerta de la Hummer y subió de un brinco, lanzó la mochila al otro asiento y por un momento pensó en las manzanas que su padre había cortado para ella.

Por favor, que no sea nada. Por favor, que no sea nada. Por favor, por favor, por favor. Se repetía una y otra vez, aunque sabía que era inútil y se estaba comenzando a poner histérica. Encendió el auto y las manos le temblaban, respiraba entre sollozos y las lágrimas impedían que viera hacia adelante. Se obligó a respirar profundo, estiró los brazos, los sacudió y finalmente se secó la cara.

—Tienes que tener la mente fría Camila. Contrólate. —Apretó las manos en el volante—, si conduces sin concentración puedes atropellar a alguien, matarlo, provocar un accidente y matar mucha gente. No quieres eso, así que contrólate.


Un instante después una Hummer salía a toda velocidad del campus de la universidad, mientras que un muchacho observaba un espacio vacío del estacionamiento, con las hojas de práctica de Camila Harris en la mano; mientras que un padre observaba con impaciencia su teléfono, esperando la llamada, paseando entre sus manos un artefacto de control remoto; mientras que una madre observaba horrorizada las noticias desde el otro lado del mundo.


0 comentarios:

Publicar un comentario

Eres libre de opinar :)