Cuando la mirada de cualquiera caía en sus manos, no había
manera de evitarlo. Un suspiro que subía desde algún lugar cercano al alma. Uno se daba cuenta, que por el simple hecho de ser sus manos, podría dejarlo hacer cualquier cosa, incluso si eso se tratara de asfixiarte lentamente, de cerrar los ojos y desaparecer... para siempre.
Y, luego, al primer sonido, reaccionas. No lo crees, no puedes imaginarte porqué algo tan absurdo paso por tu mente. Él es arte, él hace el amor rozando con los dedos suavemente. Él es calma, él es paz. Él es todo lo que hay en los sueños, la extravagancia de querer el cielo.
Pero el sonido. Oh, el sonido.
Es algo más que música, es algo más que... todo. Te ama y te rompe el corazón al mismo tiempo, te acaricia y te golpea, te destroza y te construye. No hay palabras que decir, no existe algo que lo pueda explicar.
Sus dedos. Sus manos. Tanto anhelo, tanto amor. Y él solo sigue con su canción. Indiferente a lo que te hace sentir. Melancólico y feliz.
Dura una eternidad, que termina demasiado rápido. El hechizo se rompe, todos acaban con lagrimas mientras sonríen. Todos aplauden, menos yo. Mis manos no reaccionan, ni mi cuerpo, ni mi alma.
Él se para lentamente.
Deja la guitarra con sumo cuidado.
Ignora todo, ninguna reverencia.
Avanza lento sin mirar a nadie.
Cada vez lo veo más cerca y algo en mi mente me dice que viene hacia mi. ¿Porque?
¿Porque?
Por que estas en la puerta.
Me hago a un lado, torpemente. Apenas lo logré sin caerme. Escucho sus pasos, tranquilos, tocando la madera con sutileza. De pronto, silencio.
Levanto la mirada pensando que ya se ha ido. Mi respiración se atasca y siento que mis ojos se abren por primera vez.
A un paso. Él esta de pie tan solo a un paso.
"Te estaba buscando".
Su mano se alzó, sus dedos rozaron mi mejilla y mi corazón le contesto:
"Yo también".
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