¿Alguna vez te han roto el corazón?
Y no me refiero a esa mierda de enamorarte locamente a los
dieciséis años y luego perder al “amor de tu vida”, no me refiero a que hayas
permitido que un estúpido muchacho te llenara de ilusiones para luego minar tu
confianza y pisotearte hasta los calzones. ¿Qué duele? Claro que sí, pero es la
clase de dolor que te llena de sabiduría y que, espero, te enseñe a hacerlo
mejor la próxima vez… es la clase de dolor que está lleno de oportunidades.
Yo te estoy hablando del dolor que te jode más allá de eso,
que te destruye desde dentro, que te marca y del que, por más que lo intentes,
no puedes escapar. Ese que te patea y te tumba al suelo justo cuando te
comienzas a levantar. El que algunas veces te incendia las venas y otras te
congela el corazón.
Hace que te odies a ti misma, hace que te desprecies por ser
débil, hace que por más que te esfuerces, por más que hagas las cosas bien, por
más que des todo de ti, nunca tengas la seguridad de haberlo hecho realmente
bien. Porque nunca logras acallar del todo, esa vocecita en tu cabeza, que te
dice que todo lo que haces es basura, que se ríe de tus esfuerzos, que te
incita a rendirte.
Te aseguro que romper un corazón así no es tan fácil, requiere
tiempo, paciencia, dedicación y un jodido veneno en la sangre que mate la
consciencia. Además tiene que hacerlo alguien muy cercano a ti, alguien en
quién tú deposites la confianza casi sin darte cuenta, alguien que esté ahí
para cuidarte, alguien que por definición propia no deba hacerte daño; alguien
a quien admires, que sea un ejemplo a seguir y que, por lo mismo, pueda
presionarte para que nunca cumplas sus expectativas. Padres. Hermanos. Abuelos.
Familia. Alguno de ellos… o todos. Pero, ¿Quién sabe?... esta solo es mi
experiencia, pero...
Dime, ¿Te han roto el corazón?