Capítulo 3
Camila dejó caer su pequeño morral con algunas cosas que
tomó de su habitación y, con la destreza de la práctica, sacó su navaja Smith &
Wesson y se acercó silenciosamente a la espalda del chico, con un ágil
movimiento el filo de la navaja apenas hizo ruido al cortar.
Volvió a guardarse la navaja y pasó de largo hasta el
corredor de la derecha, esperando encontrarse con la «cocina» que su padre le
había mencionado.
—Vaya… este lugar es increíble… —La voz apreciativa y
emocionada del chico, cuando se quitó la venda que ella le había puesto en los
ojos, la molestó, aun cuando ella había dicho exactamente lo mismo momentos
antes. Soltó un bufido y se recordó, de
nuevo, que el homicidio, desgraciadamente seguía siendo un delito.
La «cocina», descubrió, en realidad tenía más esencia de
comedor. Le recordaba un poco a sus comidas en el internado, con sus mesas y
sillas de rustica madera. Caminó entre tres mesas largas hasta una barra con
cinco taburetes alineados, detrás de la barra estaba un congelador industrial y
a su lado un refrigerador más grande que el que tenían arriba; había también
una estufa eléctrica, un microondas y varias plantas de lo que parecían ser orégano,
cilantro, menta, perejil y yerbabuena sobre las encimeras.
En el espacio entre el refrigerador y la estufa había una
puerta, la atravesó y, como ocurría al parecer en todas las habitaciones, las
luces se encendieron solas e iluminaron estantes y más estantes llenos de cajas
y latas. No alcanzo a distinguir a simple vista hasta dónde se extendía esa
especie de almacén, pero definitivamente era lo más grande que había visto ahí
abajo.
Se acercó a uno de los estantes y descubrió que una de las cajas
estaba llena de barritas energéticas de varios sabores, solo en esa caja había
unos cincuenta paquetitos y el estante tenía cinco niveles con cinco cajas cada
uno. De ese único estante podría vivir mucho tiempo, pensó. Tomó la caja y
volvió a la cocina, dónde se sentía más cómoda con la ilusión de un espacio más
abierto.
Ciertamente no le apetecía nada ponerse a explorar por ahí y
como suponía que tendría tiempo de sobra después, sacó un paquete de barritas
de trigo y nueces y se dirigió a la oficina de su padre.
Al pasar por la biblioteca frunció el ceño cuando vio al geniecillo pasando las manos por los
libros, justo lo que ella se estaba muriendo de ganas por hacer desde que había
bajado ahí.
¡No es justo! Pensó,
imaginándose a sí misma avanzando hasta él, con la misma navaja con la que había
liberado sus manos antes pero esta vez llevándola hasta su garganta, haciendo
presión y mirándolo a los ojos, que en ese momento estarían aterrados pidiendo
clemencia…
Si, esa sola imagen hizo a Camila sonreír y pasar de largo
hasta el otro pasillo, hasta la ayudó a sentirse preparada para más noticias
espantosas e impactantes.
Esta vez, cuando entró a la oficina, solo echo un breve
vistazo a los monitores… todo seguía tranquilo, ya no había nadie lanzando cosas
contra las ventanas.
Se acomodó en la silla, abrió el paquete que traía en las
manos y le dio una mordida a la barrita. Se reprendió por no haberse llevado
nada para beber y, al fin, levantó la tapa de la laptop sobre el escritorio.
Se mordió el labio cuando se encontró con el usuario de su
padre bloqueado, con el cursor parpadeando en el renglón de la contraseña.
Probó las ideas más obvias que se le ocurrieron, aunque no esperaba que
funcionaran realmente.
Movió el puntero hasta el botón para cambiar de usuario y no
se sorprendió cuando su nombre apareció entre los nombres de su padre y su
madre. Antes de comenzar, tuvo un pequeño momento de debilidad.
En esa computadora había información, de eso estaba segura,
era solo que una parte de ella se había acobardado, una parte de ella aún
quería irse a encerrar en su habitación y esconderse debajo de las mantas hasta
que pasara todo.
A veces, Camila le permitía ganar a esa parte, se permitía
ser cobarde, caprichosa, egoísta, se permitía correr al sentirse atacada, se
permitía esconderse al tener miedo. Pero nunca lo había hecho con las cosas
importantes, y no comenzaría a hacerlo ahora.
Cuando inició sesión se le hizo un nudo en la garganta al
ver la fotografía del fondo de pantalla. Era de unas vacaciones que hicieron a
una playa en San Francisco hace un par de años, ella había tomado muchas de las
fotos ese día, pero para esa, un turista, un chico pelirrojo, se había ofrecido
a ser su fotógrafo. Su madre no dejó de molestarla en todo el viaje de
regreso, mientras que su padre solo gruñía y maldecía a los chicos del mundo,
con especial énfasis en los pelirrojos.
En la imagen su padre cargaba a su madre sobre los hombros
mientras que le pasaba los brazos por encima de las clavículas a ella, su madre
se partía de la risa y aunque el hombre sonreía se alcanzaba a distinguir la
amenaza asesina en sus ojos.
Duró un momento ahí, solo
contemplándolos… deseando estar con ellos, deseando volver a verlos, volver a
sentirse tan segura y feliz como en ese día.
Luego, sus ojos captaron el
único archivo que estaba en el escritorio: un video.
—Hora de la verdad…— murmuró
antes de mover el mouse y dar doble click para reproducirlo.
El rostro de un hombre de unos
cuarenta años llenó la pantalla, por varios segundos solo se quedó mirando
hacia la cámara, como si intentara encontrar las palabras adecuadas.
—Hola Lila —decidió
finalmente—, debes tener un montón de preguntas, confió en que ya te habré
explicado al menos lo básico… y, bueno… espero que todo haya salido como lo
planeé —se detuvo un momento y se pasó las manos por el rostro— ¡Dios!, de
verdad espero que todo salga bien…
Mientras su padre recobraba la
compostura, Camila pasó sus dedos por la pantalla, por el área dónde las
arrugas de su frente se le marcaban casi dolorosamente, él había envejecido en
cuestión de horas y ella pasaba los dedos por la pantalla, como si con eso
pudiera cambiar lo que veía.
—Creo que debemos empezar por
las instalaciones, ya te habrás dado cuenta de que… ehm… pasarás algún tiempo
por ahí…—carraspeó incomodo—. Lo siento, por si no lo he dejado lo
suficientemente claro, lamento mucho todo esto. —Suspiró, y Camila supuso que
ahí comenzaron todos los suspiros del día, junto con su sentimiento de culpa—.
No tienes idea de cómo me gustaría encontrar una manera de hacerte esto más
fácil… pero, en fin, lo hecho a estas alturas, hecho está. —Su padre se
inclinó, tomó la computadora y, al moverse, Camila pudo ver que estaba en la
habitación de dónde había salido ella hace unos instantes. Le dio otra mordida
a su barrita y continuo observando—. Esta… es la cocina, por aquí tenemos
algunas plantas para condimentar los alimentos, solo necesitan agua y que las
dejes bajo esta luz ultravioleta cuando te vayas a dormir. Por acá —dijo
caminando hacia una puerta que ella no había visto antes—, está un pequeño
invernadero, hay brócoli, zanahorias, lechuga, calabazas, papas, champiñones,
tomates y al fondo algunas plantas de maíz. Por aquí —dijo señalando una
especie de alacena con la mano libre— están varios libros de jardinería,
semillas, abono, palas y todo lo que puedas necesitar, aunque estas plantas no
requieren muchos cuidados.
Camila puso en pausa el video
un momento y pensó en todas las cosas que ahora tenían sentido. Por eso las zanahorias que yo compraba nunca
me supieron igual que las que compraba mamá, pensó. De haberlo sabido nunca
hubiera gastado su sagrado dinero en vegetales, teniendo en su casa un
invernadero… ¡en su maldito bunker! Quiso reír, pero por el momento aún no le
parecía gracioso, tal vez en un día o dos.
Se metió el último bocado de la
barrita en la boca y presionó «Reproducir» de nuevo.
—Por acá —vio como su padre
salía del invernadero y pasaba fugazmente por la cocina, para llegar al inmenso
almacén que ella ya había visitado—, está toda la comida de larga duración,
están acomodados según su fecha de caducidad, así que comienza a comer lo que
esté más cerca de la entrada. Pero —se detuvo acomodando la cámara a la altura
de su rostro, enfocando su mirada ceñuda—, te conozco jovencita, no quiero que
vivas de barritas energéticas o galletas oreo. —A Camila se le iluminó la
mirada, ¡había galletas oreo!—. En el congelador de afuera hay carne, pollo y filete
de pescado, prepara comidas sanas, tienes que estar fuerte. Tu madre y yo hemos
estado trabajando aquí abajo para que en un caso como este, no nos preocupemos
por comida o agua. —Él comenzó a moverse de nuevo, y por varios segundos Camila
solo observo líneas oscuras, borrones metálicos y breves imágenes de cajas—.
Aquí —dijo señalando una forma cilíndrica de unos diez metros de ancho por dos
de alto—, está el pozo. Mientras se hacían las excavaciones para la
construcción, lo descubrieron accidentalmente… es más bien una cuestión de una
muy, muy, afortunada suerte. Gracias a eso contamos con comida y agua para
cinco personas por aproximadamente diez años.
¿Agua para cinco personas por
diez años? Camila sintió un mareo al pensar en eso. De ninguna manera, de ninguna, aceptaría quedarse ahí por diez
años. Ni siquiera toleraba pensar en un mes.
Mientras ella pensaba en todo
eso, el video avanzó y apenas alcanzó a ver a su padre saliendo de ese…
almacén. Gracias a la posición de la cámara vio como las luces se apagaban
automáticamente. Antes siquiera de que la pregunta se formulara en su mente, él
ya la estaba respondiendo.
—Todo lo que hay aquí abajo
funciona con electricidad, y eso es posible gracias a muchísimos paneles
solares y a seis generadores industriales de última tecnología. El sistema
funciona tan bien que haría sentir orgulloso a un doctor en electricidad. —El
orgullo que detectaba en su voz la hizo sonreír, en el fondo y detrás de la
fachada de hombre duro, su padre era un apasionado nerd y fanático de la
tecnología—. En fin, por acá están las habitaciones, si alguna está cerrada
puedes abrirla con la llave de entrada de la casa, todas tienen la misma
cerradura.
Su padre continúo mostrándole
las demás habitaciones, los baños, y las que ella ya había observado. Al llegar
al cuarto de las armas le volvió a hacer la misma advertencia de antes y,
aunque ella ya conocía la mayoría, le describió las armas y dónde estaban las
municiones para cada tipo. No le repitió lo de la salida, solo le aclaró que no podría usarla cuando quisiera, sino
que, mientras el auto estuviera ahí, un sistema magnético impedía su
funcionamiento a menos que existiera una verdadera emergencia, la cual
encendería las alarmas del lugar.
Cuando entró en su oficina el
video casi había llegado a su fin.
—En estos monitores podrás
mantener vigilado el lugar, una vez que la casa quede asegurada, cualquier
intento que se haga por entrar activará las alarmas. —Ella frunció el ceño,
pensando en la silla y la ventana de hace un rato, aunque técnicamente no fue
un intento para entrar—. Y con intento me refiero al uso de armas, detonadores
para ser más específico. Se lo que debes estar pensando, ¿Quién usaría
explosivos para intentar entrar en la casa? ¿Por qué?... —suspiró—, hay gente
que me busca Camila, por lo tanto también te buscarán a ti. No confíes en
nadie, ni siquiera en la policía, militares… ni aunque parezcan amigos míos o
de tu madre. Yo mismo iré por ti, e iré solo cuando tenga la cura. —Su padre,
que se había sentado en el mismo lugar dónde estaba ella ahora, se inclinó más
hacia la computadora, como si estuviera a punto de decir algo malo—. Camila, la
situación va a ser terrible, habrá muertos, muchos. Sé que cuando hablemos no
te diré esto porque querré que estés tranquila, pero este virus, es lo peor que
la humanidad ha conocido. Es muy probable que se salga de control, porque el
gobierno está siendo estúpido, desde el inicio fue estúpido. No te diré nada más
del virus porque tú misma lo verás, tal vez en un día o dos, solo te pido que
entrenes. Usa el gimnasio, recupera condición, ponte fuerte, come bien. Me
mantendré en contacto cada semana, así que espera mi llamada para el siguiente
martes. Te amo Camila. Eres mi razón, mi motivo y mi fuerza.
El video acabó, pero Camila
duró mucho tiempo más, solo mirando su reflejo en la pantalla oscura.
>>>>>
—Equipo Blanco llegando a punto C3, equipo Azul: informe
posición. Cambio.
El silencio fue la única respuesta que recibió Deacon
Holland a través de su radio. Maldijo para sus adentros y les hizo una señal a
los otros cinco integrantes de su equipo para que rodearan e investigaran la
cabaña frente a ellos.
Mientras lo hacían él repitió el mensaje dos veces más,
obteniendo la misma respuesta. El hecho de que estaba comenzando a oscurecer le
daba una sensación de urgencia, un instinto de conservación tan antiguo como la
humanidad.
—Equipo Azul, informe posición. Cambio. —Mientras esperaba
algún sonido del radio vio a Olivia Burke saliendo de la cabaña y acercándose
lentamente hasta él.
Lo primero que pasó por la cabeza de Deacon fue que se veía
hermosa, aún con el uniforme y con el rostro oculto tras la pintura de
camuflaje. Lo segundo, fue que si no desviaba la mirada se metería en problemas.
Lo tercero, que, bueno… a lo mejor era demasiado tarde para evitarlos.
—La cabaña está limpia, los chicos ya se están acomodando. —Su
voz, pensó, hasta para decir algo tan estrictamente profesional, lo envolvía en
calidez y terciopelo.
—De acuerdo, gracias.
Aún no desviaba la mirada, aún no comenzaba a buscar un buen
pretexto para hacerlo. Estaba a punto de dar un paso hacia ella, cuando la
radio en su mano crepitó.
—Aquí eq…po azul, ya …mos ins…os en pun… C4, ¿me …pian?
Ca…io.
—Parece que hay interferencias —señaló Olivia.
—Si —dijo Deacon, frunció el ceño y le dio unos golpecitos
con la mano, luego verificó que continuaba en el canal adecuado—. O tal vez es
la batería.
Nunca había trabajado con una radio con fallas técnicas, así
que no sabía muy bien que hacer, especialmente cuando no había ninguna razón
para que fallara.
—Me alejaré un poco, tal vez con eso mejore la señal.
Se armó de valor y se dio media vuelta. Sabía que tarde o
temprano cometería un error por estar concentrado más en ella que en sus tareas
de líder, pero mientras pudiera evitarlo, lo haría.
—Voy contigo, te cubriré la espalda.
No pienses en cosas
sucias, se ordenó mentalmente, aunque claro, fue inevitable hacerlo.
—Bien —dijo apretando los dientes. Se concentró en el
problema de la radio, mientras no la tuviera de frente le era más fácil
hacerlo.
Caminaron en silencio, apenas se escuchaban los murmullos de
sus pisadas. Se adentraron en el bosque, y tras diez minutos de avanzar después
del tercer intentó de comunicarse, se detuvo para repetir el mensaje.
—Equipo Azul, informe recepción de mensaje. Cambio.
Pasaron uno, dos, tres, cuatro…
—Aquí equipo Azul, mensaje recibido. Estamos instalados en
el punto C4, sin novedades. Mantenemos la vigilancia, cambio.
Deacon, un poco más relajado, pudo planear los siguientes
pasos con facilidad.
—Equipo Azul, bien hecho. Seguiremos como hasta ahora, por
la mañana partiremos al siguiente punto a las cero setecientas, mantengan
vigilado el lugar. Reporten cualquier incidencia. Por la falla en la radio
podemos llegar a perder comunicación, en ese caso continúen hasta el punto C1,
los estaremos esperando ahí. Confirmen, cambio.
—Confirmado equipo Blanco. Hasta pronto y suerte, cambio y
fuera.
El silencio se hizo de nuevo y cerró los ojos un momento
para disfrutar de ese pequeño momento de calma. El bosque por la noche tenía
para él una esencia de magia que ningún otro lugar podía igualar, tal vez era
por el aire fresco o por el sonido de los grillos y búhos, de las ramas
meciéndose con el viento… tal vez era por el saber de qué si habría los ojos se
encontraría con un cielo cubierto de estrellas. Era muy tentador quedarse ahí
para siempre, viviendo solo con lo necesario.
—Deacon… —era casi un calvario que precisamente su voz rompiera el hechizo—. Necesitamos
hablar.
—No. —Finalmente abrió los ojos y la encontró a ella, en
lugar de las estrellas. No se sintió decepcionado para nada.
—Si. —Replicó ella—. No podemos seguir comportándonos como
si nada hubiera pasado…
—Eso es precisamente lo que debemos seguir haciendo. —Dijo
encogiéndose de hombros, si tenía que comportarse como un patán con ella, lo
haría—. Porque en realidad nada pasó. Fue solo un beso y entre nosotros no
significa nada. Tú te irás a Florida en una semana y yo me quedaré aquí para
dirigir a mi equipo. Nada ha cambiado y nada cambiará.
—Eso no es verdad y lo sabes. Si nada ha cambiado dime
porque lo hiciste, ¿por qué me besaste? ¿Por qué a partir de ese momento
comenzaste a evitarme a tal punto de que ya ni siquiera desayunas con nosotros?
La única pregunta con la que su subconsciente estaba en
sintonía era la primera. ¿Por qué rayos la había besado? Gracias a eso había
arruinado la mejor relación de amistad que había tenido nunca.
—No le des tantas vueltas al asunto, sencillamente te
confundí con otra persona, fue un error causado por el aislamiento, tenemos
casi medio año en este lugar, lo siento y no volverá a pasar—desvió la mirada
al momento de decir eso, no podría soportar llegar a ver una mirada de dolor… o
peor aún, no ver nada—. Y no estoy evitando a nadie, solo estoy siendo
responsable en una misión que está a punto de llegar a su fin. Fallar en este
punto es crítico y lo sabes, así que si no tienes ninguna otra duda, debemos
volver a la cabaña.
Dio media vuelta y estaba a punto de comenzar el camino de
regreso, cuando sintió su agarre en el brazo. Era fuerte, y a través de él
sintió toda la furia contenida.
—Eres un jodido mentiroso Deacon Holland, pero cuando me
mienten, prefiero que lo hagan mirándome a los ojos, así no solo me quitan el
derecho a recibir la verdad, así puedo quitarte yo a ti la confianza de que
estás haciendo un buen trabajo.
—¿Quieres que te lo repita mirándote a los ojos? —le
preguntó en voz baja, la única señal de que también estaba furioso.
—Si.
Cuando se giró, se aseguró que su mirada y la de ella
quedaran vinculadas, para que no existiera ningún pretexto después.
—Ese beso no significó nada —repitió lentamente, dejando muy
claras las palabras.
Ella solo lo miró, como si él no hubiera dicho nada aún,
pero cuando vio un temblor en su mandíbula él supo que si había escuchado… y que
si había entendido. Bien. Mensaje entregado. Ese era el momento para irse,
sabía que si se soltaba de su agarre y se iba caminando acabaría todo. No más
distracciones, no más sueños absurdos.
La miró, solo un momento más, como una despedida, la última
vez, y se giró. Dio un pequeño tirón con su brazo y sintió los dedos de ella
aflojándose y dejándolo ir. Uno a uno.
El primer paso fue el más difícil porque era como tener que
lanzar una patada con todas sus fuerzas solo para descubrir que el golpe se lo
daba a sí mismo. Luego el segundo paso fue más fácil, y el tercero y el cuarto.
Sin embargo no pudo ir más allá. Se detuvo, levanto la vista
y ahí estaban: millones y millones de estrellas en el cielo. Hermosas, pero sin
que su cerebro diera la orden exactamente, les dio la espalda por ella… solo
para grabarla bien en su memoria, se dijo.
Con cuidado de no parecer
desesperado, ladeó el cuello para verla. Ella estaba tranquila, con la vista fija
en el suelo, apretaba los puños y nada más. No lloraba, ni sollozando ni en
silencio, no temblaba como una débil hoja al viento. Ella era fuerte como un
roble, aunque él siguiera su camino, tenía la seguridad de que ella no se
desmoronaría, continuaría perfectamente sin él. Se iría a Florida, acumularía
éxito tras éxito, hasta que conociera a alguien que moviera de lugar el suelo,
que le sacaría sonrisas, que le haría renunciar a sus sueños porqué él sería su
nuevo sueño… y fue ahí cuando se detuvo, fue ahí cuando sintió de verdad la
desolación.
A la mierda todo, pensó. Se giró completamente y camino esos cuatro
pasos hacia ella, con brusquedad, deseando patearse de verdad y no solo
metafóricamente.
Y la besó, con más fuerza e intensidad que la primera vez.
>>>>>
—¿Cam?
La voz sonó tan bajo que por un momento creyó que se la
había imaginado, hasta que casi un minuto después volvió a insistir.
—¿Cam, estas bien?
Camila levantó la cabeza de entre sus brazos en el
escritorio y lo miró furiosa.
—¡No me llames Cam, no me llames Camila! —Tomó una pausa para
recriminarse mentalmente por haber dejado la puerta abierta, y continúo—. Es
más, no me dirijas la palabra a menos de que sea una cuestión de vida o muerte.
De mi vida o de mi muerte para ser más específica.
—Pero…
—Pero nada. Tú y yo no somos amigos, ni lo seremos. Que
estemos juntos ahora es solo una desafortunada jugada de mi mal karma. Debí
haber asesinado a un cura en mi vida pasada. —Refunfuñó, para después negar con
la cabeza—, no, debí quemar la iglesia entera con todos los monaguillos y los
del coro adentro.
—No entiendo, ¿por qué me odias tanto si ni siquiera me
conoces?
¡Qué no lo conocía!
Maldito idiota.
—Con lo poco que sé me basta, y no me interesa saber nada
más.
—Por favor, ¿podemos comportarnos como adultos?… al menos
dime qué es lo que está pasando, ¿no crees que me deberías dar una explicación
del porqué estamos aquí encerrados?
—Perdón, creo que entendí mal, me pareció escuchar que YO te debo una explicación a TI, a un
idiota que en el mejor de los casos estaba cometiendo allanamiento de morada, algo
que es un delito por cierto.
—Ya te dije que esa no era…
—Sí, sí, sí. Ya escuché esa incoherente historia antes, por
alguna razón sigo sin creérmela, como que le faltó más acción, disparos,
persecuciones, tal vez una supermodelo que necesitara ser rescatada del tipo
malo o a Bruce Willis explotando un maldito helicóptero.
—Eres tan… ¡argh! —Camila tuvo que esforzarse para contener
una sonrisa cuando vio los gestos de exasperación del geniecillo. Era agradable
ver que alguien más perdiera la cabeza, para variar—. Lo que te dije no es una
maldita historia, es exactamente cómo pasó… te fuiste, llegaron los militares
preguntando por ti, tome mi motocicleta y… te seguí, luego vi cómo te subías a
la Hummer y arrancabas como si el diablo te persiguiera… solo para ir al
garaje, y te seguí de nuevo, duré un tiempo razonable esperando a que salieras
y cuando vi que no lo hiciste llame a la puerta trasera de tu casa, nadie
salió, probé a ver si tenía llave y el pomo cedió sin problema. —Se detuvo para
mirar a Camila a los ojos, y en ese momento ella se quedó sin replicas
ingeniosas—. Solo quería comprobar… quería saber si estabas bien, advertirte lo
de los militares… y listo, volvería a mis asuntos y no me metería de nuevo en
los tuyos; pero luego sonó esa alarma extraña y comenzaron a bajar aquellas
cortinas de metal, todo fue tan rápido que realmente no pensé en mi decisión,
cuando me di cuenta estaba atrapado en tu casa.
—Todo eso es… —Absurdo.
Pensó. Cerró los ojos y se pasó una mano por la frente. Sin embargo parecía
tan sincero—. Yo… soy… —Abrió los ojos y lo miró decidida, ese sería el
momento, si iba a confiar en él para lo que viniera después, ese sería el
momento—. Soy excelente detectando mentiras, lo hice antes y lo hago ahora. Sé
que eres sincero en casi todo lo que dijiste, pero hay una mentira… ¿Cuál es?
Camila estudió su expresión con cuidado, detectó la sorpresa
entre sus cejas, la vergüenza y la culpa en sus ojos y la indecisión en su
boca.
—No… —Nicolás negó con la cabeza y desvió por unos segundos
la mirada de la de ella—. No mentí, todo lo que dije fue lo que pasó.
—Bien. —Dijo Camila, empujándolo con una mano y cerrando la
puerta tras ella, se giró para asegurarla con llave y pasó por un lado de él.
Estaba
cansada de pensar en cosas que no tenían importancia en ese momento y, desde
que había encontrado a Nicolás en su cocina, no dejaba de hacer eso.
—¿Ahora me crees? —Preguntó él a su espalda.
—No.
Zanjando el tema se metió en el gimnasio y fue directo hasta
la enorme televisión, tomó el control y sin encontrar un mejor lugar, se sentó
en la bicicleta estática. Al encenderla no se sorprendió de que estuviera en el
canal local de noticias, colocó ambos pies en los pedales y distraídamente
comenzó a moverlos, más como signo de nerviosismo que haciendo ejercicio.
En un inicio escuchó atentamente, esperando que los
horribles hechos que se imaginaba explotaran en la pantalla, pero tras veinte
minutos solo había escuchado sobre la apertura de un nuevo restaurant de comida
italiana, un accidente con un camión y un motociclista, una entrevista a una
chica prodigio del piano y la muerte –natural– de uno de los fundadores de la
biblioteca local.
Nada de muertes extrañas, nada de alertas de virus ni
avistamientos de hombres con «traje de astronauta». En parte estaba aliviada,
pero más que nada estaba tensa, esperando que en cualquier momento el pánico se
extendiera y la gente corriera alarmada.
Se puso a pedalear mientras comenzaba la sección de deportes
y se concentraba en sus pensamientos. ¿Qué clase de virus sería? Su padre le
había dicho que se trataba de lo peor que se pudiera imaginar, y lo peor que se
imaginaba en ese momento era… el virus del ébola, o la viruela, o un virus de
influenza mutado. En el terreno de la microbiología había muchas cosas
terribles para imaginarse.
Pensó cómo se podría controlar cada situación, cómo podría
su padre estar buscando la cura. De inmediato descartó el ébola, para empezar el
virus tenía décadas existiendo y para manejarlo se tendría que tener un
laboratorio con niveles de seguridad que nadie podría haber pasado por alto. La
viruela también la podía descartar con esos argumentos, además, las pocas sepas
que aún existían se encontraban aseguradas de tal manera que ni su padre podría
tener acceso a ellas.
Lo que le dejaba la idea de un virus de influenza o gripe.
Algo que si llegaba a ser cierto, se convertiría en una pesadilla que no se
llegaba a imaginar y qué, además, ameritaba todas las precauciones que su padre
había tomado. Le subieron escalofríos por los brazos. Con eso muchas cosas
tenían sentido, su padre sacándola de la escuela con tanta prisa, manteniéndola
encerrara ahí abajo y su certeza de que encontraría la cura. Seguramente él
tenía la sepa inicial del virus.
Todo encajaba, pero quedaba un cabo suelto: ¿Por qué su
padre estaría experimentando con un virus de influenza? ¿Qué estaría esperando
obtener?
—¡Vaya! los Halcones Dorados ganaron, increíble.
Camila se sobresaltó tanto con la voz repentina, que perdió
pie en la bicicleta y se golpeó la pantorrilla con el pedal.
—¡¿Qué diablos haces?! —Le lanzó una mirada furibunda y se
inclinó para frotarse la pierna con la mano.
—Lo siento, no pretendía asustarte, ¿estás bien?
—Creo haberte dicho muy claramente que evitaras hablarme.
—Humm… sí, creo recordarlo. Pero también recuerdo que nunca
dije que te haría caso, además, aún espero obtener algo de información sobre el
porqué no me puedo largar de aquí para dejarte en paz.
—Créeme, si hay algo que desee más que salir de aquí, es que
tu salgas de aquí.
—Bien, odio recibido y aceptado. —Levantó las manos en un
gesto de rendición y Camila puso los ojos en blanco—. Ahora, asumiré que eso de
que tu deseas «salir de aquí» quiere decir que tampoco puedes salir, que no
tienes la llave, código, detonador o lo que sea que se necesite para derribar
esas… barreras metálicas que nos rodean.
—¡Vaya! el geniecillo ha pensado, increíble. —Fue el turno
de Nicolás de rodar los ojos por la imitación y Camila tuvo que admitir que se
estaba divirtiendo. Aunque nunca lo diría en voz alta.
—¿Puedes dejar de llamarme así? Me llamo Nicolás, Nick si lo
prefieres.
—Lo siento geniecillo, tu nombre no tiene la capacidad de
quedarse en mi memoria, así que serás geniecillo hasta que se solucione ese
problema.
—Ah, entonces yo también puedo inventarme un apodo para ti,
tengo varios en mente, puedes ser gruñona,
mandona, o fierecilla… si, fierecilla
te queda muy bien.
—No funciona así. No en mi casa.
Nicolás gruñó pasando de la exasperación divertida, a la
frustración no tan divertida.
—¿Porqué…? —Se pasó la mano por el cabello, como incapaz de
decidir qué preguntar en concreto—. Dime al menos si estaremos mucho tiempo aquí,
atrapados.
Camila se estremeció con la palabra «atrapados» repitiéndose
en su mente.
—Probablemente —respondió. Aparentaba calma en lugar de la
ansiedad que le tensaba el estómago.
—Entonces… ¿no deberíamos intentar llevarnos bien?, ¿ser
amigos?
Camila pasó la pierna derecha por encima de la bicicleta
hasta dónde tenía la otra, se puso de pie y se giró para mirarlo. Bajó la
vista, cerró los puños, suspiró.
—Es porque así soy yo, soy odiosa, ¿de acuerdo?, es mi
manera de ser… odio a la gente, en general. No trates de ser mi amigo, porque
no lo vas a lograr. —En especial tú,
pensó para sus adentros—. Aunque me da igual, síguelo intentando mientras te
sientas bien con ello. De cualquier forma acabaras alejándote.
—No lo haré, no tienes idea de lo insistente que puedo ser.
—Si esto es una prueba de ello, la tengo.
—Esto no es nada.
Camila suspiró, rindiéndose un poco.
—Mira, a la mayoría de las personas no les gusta la
sinceridad, dicen que sí, pero cuando llega alguien y les dice la verdad se
ofenden, y, bueno, yo tengo de esta sinceridad que es grosera, no me va ser hipócrita,
no finjo que algo me gusta, no miento para que alguien se sienta bien, cuando
miento únicamente lo hago a mi favor. Soy egoísta, orgullosa, arrogante,
solitaria e irritable. Podría ser ermitaña fácilmente, de hecho este lugar
sería mi paraíso si pudiera salir cuando me diera la gana.
—Sería el paraíso de muchos, créeme. En cuanto a lo demás,
eres sincera, te conoces muy bien y admites cosas que no todos admitirían, con
eso ya me caes bien.
Camila le lanzó una mirada de fastidio e hizo un ademán
despreciativo con la mano.
—Si es verdad que te «caigo bien» por mi sinceridad, ¿Por
qué tú no has sido sincero conmigo?
—¿Qué quieres…
—Por favor, evítanos la pérdida de tiempo, ambos sabemos que
mentiste en algo antes, las dos veces que me contaste tú historia.
Se prometió que esa sería la última vez que insistiría en el
tema, de cualquier forma nunca confiaría en Nicolás, y se le quedo mirando con
una ceja alzada, como retándolo a que volviera a mentirle descaradamente. Y eso
era lo que esperaba, por eso se sorprendió cuando él bajó la mirada avergonzado
y se pasó una mano por el cabello dejándola en la nuca.
—La verdad es que tienes razón, pero es una tontería, no es
nada de lo que te puedas estar imaginando… —cuando levantó la mirada hacia ella
parecía contrariado, luchando consigo mismo para decidir si le decía la verdad
o no. Camila estaba comenzando a analizar de qué podría tratarse para que
estuviera así, cuándo él abrió los ojos como platos mirando algo atrás de ella,
de inmediato se le erizó el vello de los brazos—. ¿Qué dem… esa es una de las
camionetas.
—¿Qué? —Camila se giró con el ceño fruncido y se encontró
con la escena, al parecer en vivo, de una de las reporteras locales afuera del
hospital general. Antes de saber lo que decía, se le heló la sangre en las
venas.
—En el estacionamiento, la Suburban negra. Fue una en las
que te fueron a buscar a la escuela, la recuerdo bien porque tiene la mica
derecha rota y se ve extraño en una camioneta del año, con toda la seriedad y
la pulcritud con la que esos hombres se manejaban parecía fuera de…
—Shh —levantó una mano para silenciarlo y se acercó más a la
televisión para no perderse ningún detalle.
—… nuestro reportero ya se encuentra fuera de peligro, pero
tendrá que tomarse unas pequeñas vacaciones para cuidarse ese brazo. —La
reportera estaba extrañamente entusiasmada, como si fuera a decir la noticia
del año—. En otras noticias, mientras estábamos en la sala de espera hace un
par de horas, pudimos observar el movimiento de un equipo de las fuerzas
armadas que llegó de imprevisto, cerraron todo el piso 6, dónde, según una de
nuestras fuentes, se encuentra la esposa de un importante general inglés, desgraciadamente
muy grave a causa de un cáncer en la piel que se ha extendido a los riñones. Presentamos
nuestras condolencias a los familiares y estamos orgullosos de que los soldados
que cuidan nuestro país estén aquí para ofrecer su solidaridad y resguardar la
privacidad de sus colegas ingleses. Seguiremos informando, buenas noches.
O esa reportera sufría de una grave ausencia de
inteligencia, o creía que con ese reportaje recibiría un ascenso, lo que era lo
mismo. Si los militares estaban involucrados, y lo estaban, ese reportaje sería
el fin de su carrera, además de un descuido monumental por parte de ellos.
Mientras, los hechos comenzaron a calarle hondo.
—No es gripa… —susurró Camila. Le empezaron a temblar las
piernas y sintió que de un momento a otro vomitaría, sin embargo su cerebro
continuo trabajando.
No era gripa.
No era aéreo.
No tenía idea.
Pero estaba comenzando a ocurrir.
—¿Camila? —Una mano se había cerrado alrededor de su brazo,
y ella miró aturdida hacia su dueño—. ¿Qué está pasando? ¿Qué tienes que ver
con eso? ¿Por qué estamos aquí?
Ella lo miró perpleja por varios segundos. Se sentía
desconectada. Mareada. De verdad estaba pasando. Militares, hospital, un piso
cerrado, piel, riñones dañados.
—Porque ha comenzado… —susurró más para sí misma—, de verdad
ha comenzado.
No sabía qué, solo recordaba las palabras de su padre: «Camila,
la situación va a ser terrible, habrá muertos, muchos.»
Muertos.
Muchos muertos.